En el fondo del pozo, los niños jugaban al tejo, la rayuela, los más callados, dominó. Habían pedido un ajedrez pero le tiraron cortaplumas y madera de álamo para que hicieran los trebejos y cartón para los escaques. Había unos que intentaron fabricar nafta con lo que salía de las paredes, pero enfermaron con el olor a unas chicas.
Un día fueron a cegar el pozo porque las emanaciones ya resultaban molestas a los vecinos.
—¿Pero cómo van a hacer eso? —preguntó la única mujer a la que parecía quedar algo de corazón en el barrio.
—No se preocupe, señora —le contestó un operario—. ¿No se da cuenta de que cuando nadie los vea, será como si ya no existieran?
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