—¿Dónde te metiste, desgraciada? Claro, seguro que te fuiste a pasear y estás vaya a saber dónde, paveando, mirando vidrieras. ¿Estará con otro? Es capaz… ¡Mujer tenías que ser! El escritor se levantó del asiento y dejó encendida la computadora. La pantalla del monitor estaba tan en blanco como su mente, y era culpa de ella, por supuesto. Sin ella, se sentía incapaz de escribir dos líneas; su única inspiración era su cuerpo incitante y esa mirada dulce con que lo contemplaba, mientras le murmuraba palabras suaves. La necesitaba y, precisamente por eso, la amaba y la odiaba, al mismo tiempo. Aunque la buscó en todos los espejos, no logró presentir su reflejo. Tampoco alcanzó a escuchar el fluir de su voz en ningún lugar de la casa. Sin embargo, la Musa aún estaba allí, riendo en silencio. Cansada de darle ideas para sus cuentos e historias, sin recibir siquiera una sonrisa, una palabra amable, una expresión de cariño o reconocimiento, había resuelto declararse en huelga. Huelga de ideas fugaces, de frases geniales, de palabras no pronunciadas. —Ya vas a volver ¡Sin mí no existís! —El escritor seguía mascullando su bronca. La musa, en su otro espacio, después de cubrirse con un velo, bajo el que también ocultó la notebook de última generación que se acababa de comprar, atravesó el vidrio de la ventana y desapareció.
lunes, 27 de junio de 2011
En huelga - María del Pilar Jorge
—¿Dónde te metiste, desgraciada? Claro, seguro que te fuiste a pasear y estás vaya a saber dónde, paveando, mirando vidrieras. ¿Estará con otro? Es capaz… ¡Mujer tenías que ser! El escritor se levantó del asiento y dejó encendida la computadora. La pantalla del monitor estaba tan en blanco como su mente, y era culpa de ella, por supuesto. Sin ella, se sentía incapaz de escribir dos líneas; su única inspiración era su cuerpo incitante y esa mirada dulce con que lo contemplaba, mientras le murmuraba palabras suaves. La necesitaba y, precisamente por eso, la amaba y la odiaba, al mismo tiempo. Aunque la buscó en todos los espejos, no logró presentir su reflejo. Tampoco alcanzó a escuchar el fluir de su voz en ningún lugar de la casa. Sin embargo, la Musa aún estaba allí, riendo en silencio. Cansada de darle ideas para sus cuentos e historias, sin recibir siquiera una sonrisa, una palabra amable, una expresión de cariño o reconocimiento, había resuelto declararse en huelga. Huelga de ideas fugaces, de frases geniales, de palabras no pronunciadas. —Ya vas a volver ¡Sin mí no existís! —El escritor seguía mascullando su bronca. La musa, en su otro espacio, después de cubrirse con un velo, bajo el que también ocultó la notebook de última generación que se acababa de comprar, atravesó el vidrio de la ventana y desapareció.
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ella le daba tanto y pedia tan poco a cambio. que bueno que haya tomado esa decision. muy bonito y para pensar
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