domingo, 12 de junio de 2011

La pelusa en el saco de los otros – Héctor Ranea


Me revientan los obsesivos que me sacan pelusitas, pelos, migas u otras cosas que quedan en mi saco, mis pulóveres, mis camperas cuando conversamos. Me revienta.
—¡Dr. Stavroupoulos, tanto tiempo! ¿Cuánto hace que no nos vemos? Desde su última conferencia sobre Inteligencia artificial en animales ridículamente pequeños, ¿no es verdad?
—Cierto —contesté.
No va que me saca un pelo del saco.
—Dr. Bogorosky, acaba usted de apropiarse de un trozo de mi ADN. Me lo tiene que devolver. No mancille, por favor.
—¡Pe-pero es un pelo!
—Si me hace usted el favor. —Y él me lo devolvió pero se fue, por suerte. Me siento cada vez peor.
—Dr. ¿Cómo le va? —dice Iekaterinina Varikelovna. —¿Me recuerda? Belgrado, 2001.
—Cómo no, mi querida doctora —digo.
—¿Me permite? Tiene usted una cucaracha en la espalda. Se la saco.
Y me la sacó, cosa que me puso fuera de mí.
—¡Devuélvame usted a Kafka! ¡Me está robando mi literatura, mi consejero literario, mi crítico!
—¡Es una cucaracha, por favor!
—No. Es un escarabajo. Devuélvamelo o la denuncio al consejo internacional.
—Tómela —dice con disgusto.
No bien me la da, la meto en la boca y la trago, preso de la ira.
—Así —explico —me otorga sus poderes benéficos.
Ella se va, entre arcadas y conatos de vómito.
La ira no es buena consejera, sin embargo. En realidad, era una cucaracha. No era Kafka sino el conocido violador de Almagro Bajo, conocido como El Cucaracho. Me pegó la fiebre violadora el chabón. Y acá estoy, preso por intento de violación de la Venus de Milo. Milo nunca me perdonará.

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