La observaba pasar desde hacia casi una semana.
Ella cumplía con su rutina todas las tardecitas, al trote durante parte del trayecto y luego acelerando el paso hasta terminar su recorrido justo en el puente donde realizaba sus ejercicios y elongaciones finales. Luego, a paso firme se alejaba cruzando la ruta y él la miraba hasta que su figura joven y esbelta se perdía detrás de una hilera de árboles que formaban un pequeño monte interrumpido abruptamente por las obras de un nuevo barrio en construcción.
De unos quince o dieciséis años, o quizás algo más, lucía hermosa y saludable enfundada en su equipo de gimnasia gris plata con vivos rojos que hacía resaltar su piel bronceada y su largo pelo rubio.
Él era de contextura más bien grande y poco propensa a cualquier tipo de actividad física a juzgar por su abultado vientre, aparentando por lo menos el doble de edad que ella; digamos que no era precisamente el tipo de hombre en el que una jovencita como ella se fijaría. Ciertamente, jamás había desviado en lo más mínimo su mirada cuando pasaba a su lado, como si él formase naturalmente parte del paisaje de aquél lugar del suburbano bonaerense tanto como algunas de las viejas fábricas abandonadas que se herrumbraban añorando épocas de bonanza ya pasadas.
Cuando ambos coincidían unos segundos en tiempo y espacio, él inspiraba muy hondo no queriendo desaprovechar ni uno solo de sus aromas, esa mezcla afrodisíaca de sudor y lavanda.
Quizás lo haya decido el primer día, o el tercero, no importa demasiado. A lo mejor fue luego de una mala noche de aún peores pensamientos; o simplemente fuera parte de su naturaleza.
La esperó unos dos mil metros más allá de donde solía sentarse para verla pasar, justo donde la sombra de los árboles en complicidad con la penumbra del atardecer conformaría el escenario ideal para sus planes.
Si no hubiese gritado. Todo habría sido distinto si no hubiese gritado tanto. Después de todo ella habría obtenido lo que todas las muñequitas como ella buscan y quieren. Y seguramente hasta lo hubiese gozado.
Tiene los ojos más hermosos que he visto, pensó al verlos tan de cerca, tan abiertos, tan celestes…ya tan sin brillo.
Extraído de: http://lacuentoteca.blogspot.com/
Ya lo dije antes: durísimo...
ResponderEliminarBravo Dorelo, bravo...
¡Gracias, Esteban! La situación y el personaje son jodidos y duros de por sí; me costó escribirlo y odié al tipo. A veces no se puede tomar distancia.
ResponderEliminary sí pero en definitiva el tipo es un pobre tipo y entrariamos en un debate cuyo lugar está en otro lado...
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