miércoles, 22 de junio de 2011
Un murciélago ahí – Héctor Ranea
–¡A ver Pérez si escribís uno de demonios sin murciélagos! –gritó el Editor compilador. –¡Me cansaste! ¿Por qué siempre metés los murciélagos? ¿No tenés otras alimañas, acaso? ¿Cucarachas? (No, dejá, con Kafka que se nos adelantó mejor dejá tranquilas a las cucas) ¿Serpientes? (No, dejá que con el Génesis ya tenemos para rato). ¡Inventate algo, loco! ¡Acabala con los quirópteros!
–¡Pero diantres! ¡Son los animales ideales! Hieden como desodorante en descomposición, salen de noche, fuman… las tienen todas para ser animales del Averno.
–Antes de meter otro murciélago en tus cuentos, metételos bien en el…
Entra la secretaria y los dos hacen mutis. Saben que a ese nivel si se les escapa un ex abrupto a la secretaria se le amustian las tetas, así que se cuidan bien de decir cosas soeces porque disfrutan imaginándoselas desnudas.
–Veré qué hago –dijo el escritor mientras salía refunfuñando en un dialecto conocido como escritor versus editor.
Al rato, le manda un boceto del cuento al editor por e-mail. Y se escucha desde la oficina del editor el grito: ¡Pérez! Seguido de una serie tan feroz de improperios que no sólo se amustiaron los senos de la secretaria, sino que se cayeron las gafas de la supernumeraria telefónica, se reventó la máquina de café y dos o tres vidrios de la ventana a la calle se oscurecieron dejando ver la imagen llorosa de un santo. Imposible decir todo porque parecían los improperios mezclados, encadenados, trenzados entre sí, repiqueteados como una danza de tap con boleadoras pampa y un gorjeo de cuervos de lata escupiendo tabaco fermentado en tambores redoblantes. Desató mil infiernos y cada uno de ellos era más impresionante que los de Bosch. Convirtió computadoras en felinos color azucena desvaída, copas en kriss malayos listos para usarse. Transmutó con su grito el café en peces flotantes de gutapercha barata. Los testículos de los asistentes de redacción quedaron reducidos a bolas de boj que flotaban en el aire cada vez más denso de la oficina. Las dentaduras reales de los vecinos del piso de arriba se hicieron polvos verdes que bañaron la ciudad y realizó el milagro de hacer que los bondis se transformaran en celacantos violetas, en submarinos amarillos. En breve, las puteadas del Editor transformaron a la ciudad en el Infierno tan temido.
A Pérez le llegó un e-mail:
–Te aumento el salario, botija. Te me cruzás a Montevideo y la seguimos. Con vos como antiexorcista me estoy llenando de ciudades y lo estamos dejando al quía de arriba sin ganas de jugar al TEG.
Héctor Ranea
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario