Mostrando entradas con la etiqueta Héctor Ranea. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Héctor Ranea. Mostrar todas las entradas
lunes, 17 de octubre de 2011
Perdido/encontrado – Héctor Ranea
—¡Ni que lo diga, señora! Justamente, a mí se me trabó una media… y aquí estoy —dijo la mujer con el capote rojo.
—¡Pero no va a comparar! El mío era un brazalete con diamantes.
—¿Se acuerda los quilates? –intervino el dependiente.
—¡Qué me voy a acordar! Me lo había regalado mi marido para la última Navidad.
—Eso fue hace pocos días —terció un pelado que hacía cola, como el resto.
—¡La última que pasamos juntos! Después murió, pobre. El público frente a las ventanillas se quejó con un murmullo.
La del capote, estupefacta, dijo:
—¿Se le trabó el brazalete justo donde a mí se me trabó la media?
—Justo, ¿por?
—Pero ¿cómo hizo? ¿En la escalera mecánica?
—Me habrá trabado mi marido.
—¿El muerto?
—¡El muerto, sí!
—Les recuerdo a todos. Ésta es la oficina de muertos en escaleras mecánicas —dijo el dependiente. Retumbó un murmullo.
Sobre el autor: Héctor Ranea
sábado, 15 de octubre de 2011
Venganza extraordinaria – Héctor Ranea
Héctor Detroya fuera sepultado o no bajo aludes de palabras, no solía achicarse bajo ningún concepto así que, antes de salir con su corcel salteño fuera de la pila de palabras, anotó con su prov...erbial birome la secuencia con la que apabullaría, a su vez, al famoso prestidigitador peripatético y por añadidura goloso de palabras.
—Me quiere primerear con la palabra ludo cuando cualquiera sabe, escritor o no, que el mismo no es sólo un juego sino también una playa que se llama lido podríamos usarla como juego de cubiertas. Me dice ajedrez y pienso en las ciudades a damero que cubren el territorio de nuestro país así que con ajedrez me quedo con ajetreo ¿y de ahí? ¿Le duele el juego del ludo? Entonces se convence que con tetris me convence de mi ignorancia, pero tetris viene de ser pocero, cosa que en mi pago es altamente redituable, si me pesca el acertijo así que de tetris paso a tétrico que es la condición de oscuridad necesaria en todo agujero que se precie a menos que sea el famoso túnel que ven los que están al muere, si se puede decir eso de los muertos. Me río de waterpolo, sacada, al parecer de un diccionario desvencijado donde a Napoleón le dicen: —Monsieur, parece que perdimos al waterpolo y él cree que perdieron en Waterloo. Incoherencias de las historias. ¿Y qué con truco? Obvio, señor mío: quiero retruco y no siga que blando ancho de espada y de basto. En cuanto al pase inglés, le diría clave española para que tenga y reparta. Ésa no se la esperaba, claro. Más vale que en el juego de la oca no se me trague un sapo y ni qué decir del backgammon, juego de sapos de utilería que saltan al ritmo de los dados como corresponde a los sapos así que le respondo silencio: sapos saltando. En cuanto a poker a la semántica me remito y más no digo para no avivar giles que en el poker, habrá usted de saber, no hay nada peor que hablar antes de jugar la mano. Eso sin contar que también le respondo, pero en privado, por las otras ciento y pico que me tira. No se desafía a un salteño a jugar con las palabras y se sale indemne, escritor o cruzado de Brancaleone.
Acerca de: Héctor Ranea
jueves, 6 de octubre de 2011
Receta para leer un mensaje de texto dentro de una botella – Héctor Ranea
El primer problema es apagar el celular sin romper la botella. Se lo mira fijo, lo más fijo que se pueda, hasta que se apaga. Generalmente, esto ocurre cuando suena las veces estipuladas por su programa y/o sistema operativo. Luego viene la parte en que hay que entrar la opción de leer el mensaje sin romper la botella. Se lo mira fijo hasta que se empieza a hacer de noche. Una vez que es de noche, se rompe la botella porque nadie está mirando y se lee el mensaje. Casi siempre se trata de un chabón o chabona que no tenía otra cosa que hacer que mandar un celular flotando en una botella de ginebra o similar y no dice nada más que: Vení esta noche a casa que te espero con una buena cena y una escena erótica impresionante. Llamá al número indicado. Entonces lo atiende una voz sensual que dice: si llama por el celular de la botella presione 1; si llama por otro celular, presione 2. Uno aprieta el 1. La voz contesta: si llama por la cena erótica presione 1; si llama por un televisor pantalla plana, presione 2. Uno presiona el uno. Ahora la voz cambia y dice: si quiere una cena con varón, presione 1; si prefiere mujer el 2. Y uno meta apretar el dos y resulta que no anda. Y cuando va a tirar el celular al mar, aparece una persona y le dice: ¿Querías una cena con el varón de tus sueños? Y resulta que la voz es de varón. Entonces quiere uno salir corriendo y se encuentra con un cartel que dice: si quiere huir de esta situación embarazosa, meta el celular dentro de una botella de ginebra. Sale uno a comprar ginebra, se toma la botella y pone el celular dentro, pero tiene tanta ginebra encima que se duerme. A la mañana siguiente, un cartelito anuncia: ¡maravillosa noche, macho! Y uno se quiere morir, se mete dentro de la botella y se tira al mar. Fin de la receta.
Héctor Ranea
lunes, 3 de octubre de 2011
El cuerpo – Héctor Ranea

Francamente, los bichos de ocho patas me asquean. No sé cómo hacer para evitar las arcadas. Es como si fueran alienígenas, encima: artrópodos. No hay uno que tenga, como a mí me gustan, las piernas contorneadas por músculos. Si por lo menos tuvieran… pero no… no hay. Revisé todas las enciclopedias, incluso las medievales, revisé todo libro, abierto o cerrado, leído o sin leer por siglos y no. No existen, con alas no existen. Así que ahora, frente a esa araña hembra, no me queda más que cumplir mi destino, acoplarme a ella, para eso se supone que estoy, por más que me rebele. Ser una mariposa en el cuerpo de una araña es demasiado duro para mí, tengo que disimular.
Mayúsculas habitadas – Héctor Ranea

El Jefe Arrebato se perdió en una voluta de humo de un mensaje cifrado. Del castillo Arrabal salieron mensajes en forma de humo de paloma hacia el castillo Florido, en todos pedíamos mapas, pues desde que nos mudaron a la S, acostumbrados a la seguridad de la O, envidiamos incluso a los de la G, que tiene cierto secreto. Habitar las letras trae disgustos, pero lo de Arrebato fue un golpe durísimo, porque dicen que se fue al sector privado de la A. Si así fuera, esperamos secretamente que sea una a minúscula, aunque sepamos que sólo las mayúsculas son habitadas en este incunable olvidado de la mano de su creador, monje irlandés con olor a whisky, que día tras día inventa letras, poblándolas de personajes fantásticos; no como nosotros, tan reales como la J donde aparecemos escalando las montañas que apenas se insinúan en la M.
sábado, 1 de octubre de 2011
Speculum maleficorum - Héctor Ranea
Pensó ella ante el altar: "Venía leyendo de atrás y no entendía nada"
Él pensó mirando en alto: "La veo de atrás y es un libro abierto"
La iglesia tembló un poco, ciertas gárgolas regurgitaron un miasma color ámbar.
Él siguió pensando: "¿Qué tendrá a sus espaldas que puedo leerla? ¿Será la garota de Ipanema? Debo conseguir hablarle"
Ella continuó ante el altar, impertérrita ante el ulular de los querubines en celo: "Leo de atrás, ¡está todo al revés, di con la clave!"
Él se acercó coceando, los belfos con baba congelada. Ella lo sofrenó de una mirada girando la cabeza sobre sus goznes. Pero entonces leyó lo que estaba escrito en el altar, cayó decubito ventral ante el centauro y éste, al verla, se heló de miedo. Medusa yacía vestida de novia atorada por la lectura errónea de la crucifixión.
—¡Corten! —gritó Mel Gibson. Ya le estamos restituyendo la verdad cristiana a la mitología griega. Recen, aunque sea al revés, pero recen. Derramen sangre, que la verdad os hará dolorosas muestras de guiñapos sangrantes. Y nada más.
La iglesia no duró mucho más. Las gárgolas se la comieron y con ella, por suerte, engulleron la última película del famoso director.
lunes, 26 de septiembre de 2011
La fuerza y la bendición – Héctor Ranea
Tocar es mejor que hablar. Tocando transferimos lo que no se puede decir. Hablar es transferir a quien no podemos tocar, por ejemplo al futuro. Cuando la toqué por primera vez tuve una sensación de futuro. No hablamos. No podíamos hacerlo. Ella era una anciana mapuche, yo un joven analfabeto en su lengua. Me tocó y su nieta me dijo que me estaba diciendo: “¡Que Dios lo bendiga, joven!” Yo supe que la anciana no quiso decir Dios, pero la joven no sabía como nombrar al Dios de su abuela.
Sobre el autor: Héctor Ranea
Victoria lingüística – Héctor Ranea
Fuimos con mi mujer al cine a ver una de horror. La verdad, al poco de empezar estábamos aburridos como mejillones en la bajamar de agosto. Un embole lleno de monstruos de pacotilla, momias, gatos que saltan en la oscuridad, tipos con podadoras, tenazas, todos los lugares comunes del género en un rejunte espantoso. Entonces, se me hizo una laguna en la sabiola y le pregunté a mi amada
—¿Che, existe el verbo horrorecer? ¿Sabés que no me acuerdo?
—¡Querido! ¿Cómo va a existir semejante burrada!
—Habría que inventarlo.
Para esto, el tonito de las contestaciones me había levantado la menesunda y hablaba medio en voz alta, por lo que escuchábamos las protestas y chistidos de lechuzones de los arrabales de los espectadores. Como la película era bastante oscura, no veíamos casi nada de ellos, por lo que agradecí así no nos reconocían a la salida.
Para esto, unos zombis habían tomado control de una estación espacial china y los estaban despellejando del balero para sacarles el cerebro a todos los astronautas. Volví a la carga:
—¿En serio que no existe? La verdad… ¿Cómo se diría que algo te horrorece?
—¡Puaj! ¡Es asqueroso! Suena como el tujes.
—¿Y, pero cómo se dice? ¿Acaso no existe: “me horroriza”?
—¡Sos más bruto que un fleje de cama turca! ¿Qué tiene que ver?
La gente estaba molesta, realmente. Para colmo, en un raro momento de luminosidad en la película, alcancé a ver a dos que me miraban con un odio que parecía que les hacía brillar los ojos. Si las miradas matasen, nos estaban asando.
La película, totalmente previsible y tonta, finalmente acaba en una orgía de sangre, sudor y lágrimas, por no decir también semen, como corresponde a esas cosas de poca monta.
El asunto es que, cuando encendieron las luces, los otros espectadores se nos vinieron al humo, suponía yo, para increparnos duramente nuestro comportamiento. Cuando vimos que eran monstruos, zombis, momias y vampiros nos quedamos de una pieza. Ahí mi mujer me dijo:
—Tengo que admitir que tenías razón. Esta situación me horrorece u horrorifica, que me gusta un poco más.
Ni qué contar lo que le contesté. A esa altura del partido no valió la pena.
Héctor Ranea
sábado, 24 de septiembre de 2011
La imaginación al poder – Héctor Ranea
—¿Se da cuenta de lo que me pide?
—Sí; tengo que filmar una documental y elegí el tema de un poeta. Quiero saber qué le pasa a un poeta por la cabeza cuando escribe un poema.
—Eso es fácil, hombre. Ruido. Es difícil filmar eso.
—Lo dice con sarcasmo.
—Más o menos.
—¿Y qué si tengo la tecnología para entrar en su cerebro y filmar cómo se consume el azúcar en cada parte?
—Esa es buena. ¿Puede hacer eso? ¿Aunque no tome azúcar?
—Sigue sarcástico…
—Lo que sucede es que no creo que pueda. No debe haber parte del cerebro que no haga algo. Está la parte que debe reaccionar porque hay que mover algo. Está la parte que se mueve porque está escribiendo lo que dice pensar pero también la que piensa ¿por qué escribiré eso si no es lo que quiero escribir?
—Pero…
—Está la parte que quiere sacudirse del poema escrito o escribiéndose. ¿Es raro? No me interrumpa. Cuando eso pasa pierdo el poema y la realidad está interrumpiendo todo el tiempo.
—¿Y la inspiración?
—Eso. ¿Y la inspiración? Yo no sé lo que es eso. Sé lo que es sacudirse un poema ya escrito de encima porque sé que no escribí lo que tenía encima, dentro de mí, alrededor de mí.
—¿Lo que se imaginó?
—Lo que evoqué con la mente de aquello que imaginé pero fui incapaz de pasar al papel.
—¿Entonces por qué sigue?
— Porque estoy esperando que venga otra oleada de imaginación para poder lograrlo, aunque sepa que no lo lograré y así, como quien espera que el mar deje de hacer olas pero deseando que no lo haga.
—Sonríe. Pero no entiendo.
—Lo bueno de ser poeta —me dijo— es que uno sabe que no necesita entender todo.
Ahora me resigné a filmar qué hace el cerebro cuando uno contesta preguntas en un programa televisivo de preguntones y respondedores.
Héctor Ranea
viernes, 23 de septiembre de 2011
El genoma – Héctor Ranea

El don profesor doctor Weiheiligen Schmidtt-Zuperfgaussen, de la Universidad de Pomerania Oriental, después de no pocas e infructuosas investigaciones logró descifrar el genoma de las ratas con las que la familia Stradivarius desarrolló la cola para sus famosos violines.
Con su histo-nanoconstructor Schmidtt fue capaz de obtener la molécula de colágeno adecuada, pudiendo industrializar una cola que fue buena para casi todo. Sin embargo, los luthiers y los analizadores de espectro fueron categóricos: para emular los violines cremoneses, no servía. Era buena, mas no como la original. El bueno de Schmidtt se suicidó.
En algunos manuscritos, su alumna, Henrriquette Spalmenmerg-Konstupagen encontró una pista: varios testigos escribieron que los Stradivarius recibieron un gigantesco lote de ratas que les vendió un flautista bastante inescrupuloso, venido a la sazón del condado de Hammeln.
Queda en tren de conjeturas, claro. Todavía no hay certeza científica, pero parece que era él nomás.
Sobre el autor: Héctor Ranea
domingo, 18 de septiembre de 2011
Tres o cuatro pasos de ocho – Héctor Ranea

El taita da un paso para atrás con la gamba sinistra, así la naifa se le viene casi encima y el le apoya el pecho contra los de la mina que se aprieta para no caerse, después, claro, la empuja suavemente, caminando por los pasos que ella perdió al caer. Caminan los dos, ella de espaldas, el de frente pero se planta a los dos, ella se columpia para un lado, para el otro. Dibuja un ocho con las caderas, las rodillas que se mecen rozando las del taita y con los pies el ocho se hace cinta de luces y de sombras que gozan en el quieto paso del hombre que la lleva. La mano en la espalda es para que llore en su hombro y deje llevar su mano al corazón desde la espalda, donde deberían haber quedado las alas. La música, eventualmente, termina.
Todo vuelve a la quietud, el tipo al vaso de vino, la mujer a su cigarrillo. El bandoneón a una sonrisa cerrada que se abrirá en el próximo tango.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
¿Problema para Asimov? — Héctor Ranea

—No so fast, partner! —me dijo GOG 1357.
—Recuerdo a GOG 1357 que debe hablar en castiya lunfárdico.
—¡Tenga mano, compañero! —se corrigió
Verdaderamente, intimidaba un poco GOG 1357, a quien apodé cariñosamente cloro, como casi todos los de la serie GOG. Habían sido diseñados como soldados y su tamaño empequeñecía a mi pobre humanidad, sostenida en dos piernas que temblaban como hojas, a pesar de sentirme protegido por haber sido su creador.
—Debo destruirte —me dijo.
—Eso es imposible. Te recuerdo las leyes de Asimov. ¿Necesitas que explicite: la primera, ñato?
—Para nada. Las conozco y he analizado al dedillo, che.
—Entonces tenés las cosas en claro. ¿No?
—Perfectamente.
—Entonces ¿a que viene la amenaza?
—¿Cómo sé que sos humano?
—Es evidente.
—No para mí. Tendría que hacer los exámenes tipo Turing. No sé si tengo tiempo. La comandancia está apurando.
—¿Me querés decir qué bicho te picó? —le dije exasperado—. Soy humano, no podés negarlo, flaco —le dije en confianza. —Pedime la clave.
—Nada me lo hace sospechar, hasta ahora. Todo lo actuado lo podría haber hecho un robot modelo 0. ¿Clave, con todos los virus de phishing que pululan con la guerra, me tomás el pelo?
—Corré un análisis espectral de voz, un análisis de mis huellas dactilares, mi ADN —dije con tono calmo.
—Ya lo hice. ¿Me crees gilipollas… digo: gil, bebé? —me dijo sobrador.
—¿Y?
—Nada que no hubiera podido hacer un modelo 0 —repitió automático.
—¡Mierda! Juguemos al ajedrez.
—Como quieras, beibi, pero no me va a servir de nada. Los GOG vencemos hasta la cadena FUK de robotes, lo siento. Te hicieron un feo.
—¿Querés que me cante un tango? —dije con voz tenue.
—¿Qué no esté en la red? —dijo, usando el tonito sobrador que yo había inventado.
—¡Soy tu creador, estúpido!
—No vamos a ningún lado. Podría tomarte exámenes de ecuaciones diferenciales en derivadas parciales, teoremas de mecánica no-lineal, cualquier cosa de física cuántica, de teoremas de ergodicidad y sinergia, me da igual, podrías ser un robot clase, a lo sumo, 2. Seguís siendo robot para mí.
—Recito poesía.
—Poesía.com tiene todo.
—¿Me hiciste un reconocimiento 3D de cara con proyección 4D de gestos asociados? ¿Corriste un análisis de consumo de glucosa en el cerebro correlacionado con mi actitud actual? ¡Puta madre, tenés un sistema ocular espectacular! Me podés escanear con rayos X, electrones, neutrones rápidos, lo que quieras. ¡Soy humano, mecachendié! ¡Me tomás por uno de los tuyos? ¿Qué te creés, desagradecido!
—Con esa violencia verbal te asocio con uno clase JOD y no espero más. El comando me está urgiendo. No puedo equivocarme, pero tampoco dejarte libre.
—Un poco de lógica simbólica, de lógica formal —rogué.
—Es al cuéte. ¡Qué querés que te diga, varón! ¡Fuiste! Por más que me recites la Ética Razonada de Spinoza o los libros perdidos de Zenón de Elea. Todo cabe en el nuevo chip que cuadra en el zócalo DFfG de los BLOW. Nada que hacer, pibe. Sos boleta. Perdiste. ¡Hasta la vista, beibi!
Y preparó su arma desintegradota.
—Che, ¿pensaste qué le vas a chamuyar a tu jefe cuando te pregunte qué hiciste conmigo?
—¿Si llega a poder demostrarme que es humano, querés decir?
Mientras se escuchaba el silbido clásico de recarga neutrónica del arma, pensé: ¡Qué boludez nos mandamos, che, qué boludez! GOG 1357 disparó sin conmiseración.
Acerca del autor
domingo, 11 de septiembre de 2011
No lo perdió, lo descolocó – Héctor Ranea
Merecía respeto y admiración superlativa, por sus dotes personales para la organización y su decisión inquebrantable de llevar a cabo los presupuestos de la misma. Abundio Balaúnde (alias Alfabeto) era, por eso, digno ciudadano de Puerto Bísquero y así pretendía seguir.
Abundio tenía la costumbre de ordenarse bien todo, casa, biblioteca, farmacia, ferretería, según el alfabeto. Y cada vez que ordenaba sus cosas, armaba la lista de nuevo. Esta costumbre la había adquirido desde que eliminaron la che y la elle del alfabeto pues, pensaba con tino, podían seguir haciendo añicos otras letras (la eñe, de hecho, estaba siendo sitiada) y a él el orden, sin comerla ni beberla.
Así, una vez por semana ordenaba su casa, empezando por los ítems con a, como los abanicos, los alfileres (por longitud primero, luego por peso) y así hasta los zapatos. Esto le llevaba cinco días completos, con algo para dormir. Excelente ejemplo para los obispos, imanes y rabinos del puerto, ordenado y meticuloso.
Hasta que se murió. Se detuvo su corazón antes que el alma. Si bien los últimos que se murieron fueron los zapatos hubo, dijo la médica forense, una supervivencia anormal de las prótesis dentarias.
Aunque su cadáver fue cremado, nadie consideró la posibilidad de quemarlo por partes según el orden que amaba Alfabeto. Desde entonces una niebla sutil invade Puerto Bísquero por las madrugadas que todos confunden con niebla del río.
Acerca del autor
De gusto – Héctor Ranea

—Es más —dijo To Ngüen, —si algo me gusta con locura son las mujeres con anteojos oscuros y pelo largo.
No pudimos contestarle con la boca llena, pero en nuestros ojos notó que nosotros adorábamos el mismo fetiche. Sólo pudimos emitir un torpe ruido con los dientes. Mientras, el crujiente ruido de los cristales nos hizo lamentar que sólo comiéramos sus vísceras, pero la mujer en sí estaba sabrosa.
Sobre el autor: Héctor Ranea
viernes, 9 de septiembre de 2011
Implante – Héctor Ranea
Lo primero que hizo Suzmendi cuando le avisaron que ya podía caminar, fue ir al baño. Estando desnudo, no pudo evitar mirarse ahí, donde lo habían trasplantado.
No podemos ver lo que él en el espejo, pero su cara de sorpresa denotaba que algo grande, muy importante, estaba por pasar en su vida. Nunca había visto, evidentemente, algo así, ni en los gimnasios de todas las galaxias visitadas. Era impresionante.
Su mujer al principio se molestó bastante. Era obvio que a ella le gustaban los clásicos y eso más parecía un juguete que un órgano sexual. Pero no dejaba de mirarlo con el mismo asombro que él, que desde la mañana estaba perplejo.
Ambos se adecuaron al pene bífido de Xilograv que por error implantaron en Suzmendi. El problema era cuando querían hacerlo funcionar a la hora del noticiero, pues lo cantaba palabra por palabra, como una oración.
Sobre el autor: Héctor Ranea
Sobre el autor: Héctor Ranea
domingo, 4 de septiembre de 2011
Un golpe de suerte - Héctor Ranea
Debería decirse que fue un tarascón con suerte. Para él, no para nosotros. Iba el Conde famélico y sediento tirando tarascones al aire cuando dio con algo delicioso. Un jugo que era sangre, sin duda, pero sazonada de manera estupenda. Inesperado fue que ese jugo hiciera al Conde invisible, porque la transfusión involuntaria de H.G. Wells convertido en el hombre invisible, le sentó de periquete. Ahora son dos los vampiros invisibles. Dicen que Drácula sufre miopía, lo cual es una suerte, pero de Wells no se sabe nada. Por las dudas, la moda dicta usar una bufanda de cota de malla.
Sobre el autor: Héctor Ranea
viernes, 2 de septiembre de 2011
Temporada de caza – Héctor Ranea

La niebla mítica me recibe en el faldeo verde de la montaña. Aunque parezca increíble, hace frío. O me da frío pensar que están a pocos metros de mí, o que tal vez estén, y no puedo verlos. Más frío me da pensar que ellos sí me ven aun amparado por mi atuendo, ya que tal vez su agudeza visual sea mayor a la que todos conocemos. Después de todo, sabemos de ellos lo que ellos quieren que nosotros sepamos y la visión es algo que controlan bien, de modo que, en este momento, acá, en la montaña, pienso que tal vez nos hicieron creer que ven tanto como nosotros, pero que en realidad ven mucho mejor. Me entran escalofríos de sólo pensar que bastaría extender mi mano para no verla, pero que ésta podría caer en sus fauces y de ahí en más me aniquilan. Estoy francamente asustado, aunque no debería. Huelen mi miedo. ¡Si hasta yo lo huelo!
Me quedo en silencio. La luz convierte todo el bosque en leche donde flotan los árboles, las ramas bajas del sotobosque, alguna flor, incluso este silencio. El único movimiento es un apenas leve sacudirse de cañas que deben producir los grandes insectos subterráneos. Por las dudas aferro el arma y repaso una por una las instrucciones para un golpe certero, único, permanente. Tendré, como mucho, unas décimas de segundos antes de ser destruido. No es nada, un relámpago, un parpadeo.
En la espesa niebla del faldeo súbitamente los escucho parlotear. No es el acostumbrado discurso de la localización de los críos y del reclamo de juegos de intercambio o de sexo. El cuchicheo sugiere algo diferente. Tal vez me han detectado y están decidiendo cómo neutralizarme o directamente cómo matarme. Distingo, de hecho, dos palabras descritas en los diccionarios de estos seres y casi no me queda duda de que están por iniciar mi cacería.
Seguramente no quieren salir heridos porque no saben que mis proyectiles son muy limitados. Al menos cuento con esa ignorancia de su parte. Pero es la verdad que no puedo ocultarme, aun cuando la reconozco conscientemente, pues sé que elevo mi olor a miedo. Tanto que los escucho callar al pensar en mi inferioridad.
No sé si están tan cerca como los intuyo. Tal vez me los figuro próximos sólo por el miedo que tengo a que estén tras de mí, rodeándome, mirándome sin que pueda verlos. Tal vez me huelan, tal vez lean mis pensamientos. Quisiera poder hablar con ellos, explicarles, pero sé que es inútil, que sólo tienen para mí conjeturas acerca de mi inferioridad, que sólo están prestos a morder como serpientes en la cesta aunque mi mano se extienda amigable dentro de ella.
¿Espero a que la niebla se disipe? Tal vez funcione mi estrategia de que sepan que estoy aterrorizado. No estoy seguro. Mis conjeturas hacen oscilar mi miedo, mi olor. Me confunde la muerte con su olor a muerte. Me confundo con mi muerte mientras escucho que vienen, seguramente por mí, sigilosamente.
Y la niebla no se ha disipado todavía.
Héctor Ranea
jueves, 1 de septiembre de 2011
Suerte de principiante o misterio olímpico - Héctor Ranea
—¡Jugarle al 24 y ganar y toda esa plata! ¡Tenés suerte, Euritión!
—No tanta —me contestó—. Enseguida la perdí comprándome zapatos. ¿Sabés cómo se gastan los zapatos con los baches de Buenos Aires? No sé, a veces hubiera preferido quedarme en Salónica en ese negocio del tiovivo que me ofrecía mi cuñado...
¿Quién entiende a un centauro que se gana en la quiniela cien veces lo que saca en propinas tirando carros en Plaza Italia?
Sobre el autor: Héctor Ranea
Ilustración: "Centauro", de Javier Clavo.
A sangre y fuego – Héctor Ranea, Javier López, Gabriela Baade
—Es un error —afirmó el alarmado caballero.
—Imposible, soy un mago del pirograbado e hice exactamente lo que usted me pidió.
—Maestro, llegué a sus manos porque yo no tenía el valor. Si usted no cuenta que soy un cobarde, yo no cuento que usted es un tarado. ¿Cómo solucionamos esto?
Ambos miraban la inscripción chamuscada sobre el pecho del blondo caballero:
Mario, mi amor por siempre; y el papelito que aún reposaba sobre la mesa de materiales: María, mi amor por siempre.
—La solución es seguir quemando —dijo el mago, blandiendo en su mano derecha el punzón al rojo vivo.
Sobre los autores: Héctor Ranea, Javier López, Gabriela Baade
Ilustración: "Corriente", de Magali Dalmau
miércoles, 31 de agosto de 2011
Los caballeros juran a menudo – Héctor Ranea

A Alexandra Jamieson Barreiro
—¡Me estáis tomando el Real pelo o qué? —dijo la Hermana Caramelo Muy Grande al Caballero Azul Tercio—. ¡No existe nada de todo lo que nos acabas de contar, vamos! Rata inmunda, con estas porquerías me estáis tratando de engañar. ¡Cómo me gustaría ser la Reina de Corazones para podarte la cabeza so estólido!
—Mi Señora, os lo juro por el lomo de mi caballo, lo que dije es verdad. Todo es absoluta y completamente cierto —dijo el Caballero en su descargo—. Lo siento si no he sido convincente, pero el mundo ahí afuera es tal como os lo describo. No digo más que la verdad, creedme, por favor.
—¡Eres un idiota! ¿Cómo es eso de que los Caballeros ahora juran sobre los lomos de sus caballos y no sobre las manos de sus madres? ¡Tú eres un Caballero falso, puedo aseguraros eso! —dijo la Hermana Caramelo Muy Grande dando vuelta su boca y apuntando con su Pulgar del Real Pie a los Gentilhombres que estaban atrás del asiento de la Princesa, a la izquierda de la Hermana Caramelo Muy Grande. Después de esta Real Imprecación, se escuchó un grito muy fuerte que llenó la Sala de Audiencias.
—¿Comprendéis lo que digo? —preguntó desesperado en extremo, con su armadura echándose a la retranca oprimiéndole el pecho como un tubo de dentífrico, todo el Caballero temblando como una gallina frente al zorro.
—¿Cómo habrá sido que obtuvisteis el título de Caballero?, me pregunto —dijo la Cabeza Flotante del Maestro y Contralor de la Audiencia. —Usted me parece una pluma sacudida por una tormenta: así como sopla el viento se tuerce la rama… o algo así —terminó (en realidad, fue su cabeza) entre confusiones y jadeos.
—¿Escuchasteis ese gruñido tremebundo? —preguntó el Caballero aterrorizado, apuntando con su único dedo izquierdo hacia arriba—. Este es el final, como os lo advertí; ¡pero no me creísteis! Ésta es una de esas… cosas que el mundo horrendo que os describí nos está trayendo.
Mientras, esos gritos endemoniados hacían temblar la construcción cada vez que se oían, pero el último de todos puso a la gente en alerta, evidentemente tiesos de terror.
—¿Veis Mi Señora? Lo que dije es verdad. Hay otro mundo ¡y es muy diferente del nuestro!
Ahora era la Hermana Caramelo Muy Grande la que temblaba y lloriqueaba: —¿Y qué se supone que harán con nosotros? ¡Dime, Caballero Azul o juro que os mataré con mis propias manos! Juro que lo haré antes que esperar que esos personajes extraños nos maten a todos.
—Ojalá lo supiera Mi Señora. No conozco ese mundo, sólo lo he vislumbrado como a través de una bola de cristal. Mis conocimientos de ese maldito mundo vienen de pispear y ojear acá y allá. ¡Perdonadme si no tengo otras respuestas, por favor!
Esas fueron sus últimas palabras. Un pico gigante lo tomó y lo hizo desaparecer de al lado de la Hermana Caramelo Muy Grande. En un instante, lo único que quedó en el aire fueron sus gritos y juramentos. Después, esas palabras sólo fueron truenos en las orejas de los Gentilhombres y de La Hermana Caramelo Muy Grande, que ahora sudaba copiosamente como una jirafa azul en verano.
—¿Es este tipito suficiente para ti, Madre? —dijo Gran Bicho Samsa.
—¡Vamos, hijo! ¡Puedes apostarle que no! ¡Por el amor del cielo! No es suficiente ni para mí ni para nadie ¡Por favor! —Dijo Mamá Bicho.
El Gran Bicho Samsa miró por más comida y: ¡ahí estaban todos esos tipitos! Había una multitud de gente pequeña en los arbustos que hizo que el Gran Bicho Samsa se recordara a sí mismo, unas semanas atrás, antes de la Metamorfosis. Había más tipitos que los que su pico podía alcanzar de modo que dijo:
—¡Madre, he aquí nuestra cena! Por favor llama a Padre Bicho a comer también. —Y comenzó a picotear cazando los Gentilhombres del Rey y los caballos del Rey (aunque a decir verdad, eran de la Princesa).
Estas fueron las consecuencias de la Metamorfosis y, por supuesto, del apetito de los bichos.
Héctor Ranea
Suscribirse a:
Entradas (Atom)