Aquella madrugada me despierta ese llanto que no puedes contener por más que quieras. La puerta entreabierta deja ver la imagen en la luna del espejo y reparo en las marcas de tu espalda, en él que levanta el puño y su cara desfigurada, él que golpeará de nuevo. Lo maté tantas veces desde entonces, pero no muere ese cuarto donde empezó mi vida y terminó la tuya.
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