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Fue cuando estaba mirándome al espejo, por la mañana, que se me ocurrió. Me desnudé, me cubrí el cuerpo con gelatina sin sabor y salí a la calle gritando incoherencias (“viva el jamón” y “somos el néctar del sátiro que alumbra las calles” y “compre dos centauros al precio de un elefante carilindo” y “la vida es una caja de bombones rellenos de barro” y “el vino patero en realidad es vino manero”).
Solo cuando estuve dentro del patrullero entendí: la locura es esto, la normalidad que agobia cada uno de nuestros días. Ahora soy libre, aunque dicha libertad sepa a loquero gris.
Esteban Moscarda
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