—¿Es que no me vas a socorrer? —preguntó la mujer.
—¿Accederás a mi súplica? —requirió el hombre.
—¿Puedes ayudarme?- inquirió el niño.
La estatua de ojos vacuos siguió mirando el destello de las lágrimas.
Si pudiera, invocaría. Si pudiera, lloraría sangre. Si pudiera, se reconocería un instrumento. Si pudiera, ella también blandiría el látigo contra los mercaderes de los falsos dioses.
Tomado del blog: El hueco detrás de las palabras
Amén! grosa.
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