Merecía respeto y admiración superlativa, por sus dotes personales para la organización y su decisión inquebrantable de llevar a cabo los presupuestos de la misma. Abundio Balaúnde (alias Alfabeto) era, por eso, digno ciudadano de Puerto Bísquero y así pretendía seguir.
Abundio tenía la costumbre de ordenarse bien todo, casa, biblioteca, farmacia, ferretería, según el alfabeto. Y cada vez que ordenaba sus cosas, armaba la lista de nuevo. Esta costumbre la había adquirido desde que eliminaron la che y la elle del alfabeto pues, pensaba con tino, podían seguir haciendo añicos otras letras (la eñe, de hecho, estaba siendo sitiada) y a él el orden, sin comerla ni beberla.
Así, una vez por semana ordenaba su casa, empezando por los ítems con a, como los abanicos, los alfileres (por longitud primero, luego por peso) y así hasta los zapatos. Esto le llevaba cinco días completos, con algo para dormir. Excelente ejemplo para los obispos, imanes y rabinos del puerto, ordenado y meticuloso.
Hasta que se murió. Se detuvo su corazón antes que el alma. Si bien los últimos que se murieron fueron los zapatos hubo, dijo la médica forense, una supervivencia anormal de las prótesis dentarias.
Aunque su cadáver fue cremado, nadie consideró la posibilidad de quemarlo por partes según el orden que amaba Alfabeto. Desde entonces una niebla sutil invade Puerto Bísquero por las madrugadas que todos confunden con niebla del río.
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