sábado, 10 de septiembre de 2011

El tesoro – Esteban Moscarda


Primero entrar a la casa, oler su vacío, sentir el miedo que produce la tormenta de afuera, el desgarro de los dioses y tu corazón corriendo contra la Muerte. Temblar. Tocar el arma para sentirnos un poco más seguros, recordar la cerveza de anoche, esa que nos dio la brillante idea de entrar en esta casa, oler su vacío, la tormenta afuera queriendo comerte el alma, la escalera, arriba esta lo que buscas, el oro de los Nibelungos. Y sí, la tormenta suena un poco a Wagner, las valquirias esperando tu sangre. Silencio, salvo la melodía de los relámpagos. Entras al cuarto. Y la ves. El tesoro de los reyes perdidos de Atlántida: ella y su piel de oro, ella y su sonrisa de amanecer escandinavo. Sin embargo, no esta sola. Al lado, el dragón. Y vos sos Sigfrido y tu espada es una 22 y la descargás enterita en las escamas y te bañás en la sangre para ser invulnerable. El tesoro despierta y la pesadilla es real y sos vos. Pero que te importa si nada puede hacerte daño, ni siquiera sus uñas. Tomás el tesoro, ya te bañaste en sangre, ahora te bañás en oro y en sus cabellos de hada pretoriana. Cuando terminás, ya las mejillas están secas y el tesoro mejor esconderlo bajo el río, con la 22, la espada y el dragón. Y después rajar para el pub, al palacio de mármol con los otros héroes, a la cerveza que te da tan buenas ideas…

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