No sabría deciros por qué, de tantos recuerdos, justo me viene éste, de jugar a indios y vaqueros, de él haciendo de indio con mucho respeto y seriedad y muriendo abatido por mis tiros, mi dedo índice humeando, y los del primo Toni y del Babas, el compañero de pupitre. No sé por qué justo pienso en lo bien que se moría el condenado, doblándose sobre el estómago, cayendo de rodillas, retorcido, hasta quedar muerto y bien muerto sobre la hierba del parque, inmóvil hasta que nos acercábamos y lo sacudíamos de los hombros y resucitaba sonriente, borrándonos un poco la cara de susto.
No sabría deciros, pero seguramente por el recuerdo venido, me acerco al ataúd donde descansa sereno, con las manos cruzadas un poquito por debajo del pecho y me inclino sobre él, me acerco a su oído y le digo, ya está bien de hacer el indio, y lo sacudo de los hombros, hasta que me detiene su hijo, ¿pero estás loco viejo chocho?, y después me siento a esperar, aunque creo que no quieren que me quede, para ver la cara que ponen, los demás, cuando se levante.
Ojala se levante a ver qué cara se les queda. Chiste al margen, un relato genial que transmite toda la melancolía que debe sentir un mayor cuando ve cómo se le van los amigos (desde mi humilde experiencia de contacto con mayores).
ResponderEliminarYa conocía este texto impresionante, que expone el desamparo infantil, el desnudo de emociones que nos queda ante la pérdida de un ser querido. Un gran micro de un autor grande.
ResponderEliminarAbrazos.
Me ha encantado este texto, su capacidad de ser espejo. La narración es sin duda un refugio maravilloso de la nostalgia.
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