lunes, 26 de septiembre de 2011

Victoria lingüística – Héctor Ranea


Fuimos con mi mujer al cine a ver una de horror. La verdad, al poco de empezar estábamos aburridos como mejillones en la bajamar de agosto. Un embole lleno de monstruos de pacotilla, momias, gatos que saltan en la oscuridad, tipos con podadoras, tenazas, todos los lugares comunes del género en un rejunte espantoso. Entonces, se me hizo una laguna en la sabiola y le pregunté a mi amada
—¿Che, existe el verbo horrorecer? ¿Sabés que no me acuerdo?
—¡Querido! ¿Cómo va a existir semejante burrada!
—Habría que inventarlo.
Para esto, el tonito de las contestaciones me había levantado la menesunda y hablaba medio en voz alta, por lo que escuchábamos las protestas y chistidos de lechuzones de los arrabales de los espectadores. Como la película era bastante oscura, no veíamos casi nada de ellos, por lo que agradecí así no nos reconocían a la salida.
Para esto, unos zombis habían tomado control de una estación espacial china y los estaban despellejando del balero para sacarles el cerebro a todos los astronautas. Volví a la carga:
—¿En serio que no existe? La verdad… ¿Cómo se diría que algo te horrorece?
—¡Puaj! ¡Es asqueroso! Suena como el tujes.
—¿Y, pero cómo se dice? ¿Acaso no existe: “me horroriza”?
—¡Sos más bruto que un fleje de cama turca! ¿Qué tiene que ver?
La gente estaba molesta, realmente. Para colmo, en un raro momento de luminosidad en la película, alcancé a ver a dos que me miraban con un odio que parecía que les hacía brillar los ojos. Si las miradas matasen, nos estaban asando.
La película, totalmente previsible y tonta, finalmente acaba en una orgía de sangre, sudor y lágrimas, por no decir también semen, como corresponde a esas cosas de poca monta.
El asunto es que, cuando encendieron las luces, los otros espectadores se nos vinieron al humo, suponía yo, para increparnos duramente nuestro comportamiento. Cuando vimos que eran monstruos, zombis, momias y vampiros nos quedamos de una pieza. Ahí mi mujer me dijo:
—Tengo que admitir que tenías razón. Esta situación me horrorece u horrorifica, que me gusta un poco más.
Ni qué contar lo que le contesté. A esa altura del partido no valió la pena.

Héctor Ranea

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