sábado, 24 de septiembre de 2011
La silla de don Pablo - Samanta Ortega
Don Pablo vive en una pequeña casa de madera sobre el río. Y con ‘sobre el río’ me refiero a sobre el río. Sólo una reducida parte de su casa tiene por debajo tierra firme. La otra es como suelen llamarla sus dos hijas 'el muelle'.
Don Pablo hace rato que no sale de su casa. Dice que no tiene razones suficientes para hacerlo. Tita, la menor, preocupada, comienza a visitarlo con frecuencia. Buscando cualquier excusa lo saca a dar un paseo, pero él pone su condición, que sea de la mano y que antes le explique el por qué de esa curiosa y repentina necesidad. “Necesito que me acompañes al pueblo a buscar una medicina, no quiero ir sola, me aburro”. O “que me ayudes con la compra, que sólo tengo dos manos”. Pero eso funciona hasta que don Pablo le dice que ya está grandecita para depender tanto de él. Que lo deje en paz.
Don Pablo hace meses que no se mueve de su silla, la de la cabecera de una mesa ovalada para seis personas. Allí habían comido, además de su esposa (a la que ahora lleva en un portarretratos con la última foto que pudo tomarle) y sus hijas, las visitas diarias que recibían siempre con mucho gusto, incluyendo a los que ahora son sus yernos. “Papá, no puedes seguir así, todo el día sentado. ¿No ves que el piso está cediendo?” Pero Tita no puede convencerlo de salir y empieza a suplicarle. Él insiste con firmeza que no tiene intenciones de moverse, que no encuentra una buena razón para hacerlo. Tampoco quiere cambiar de silla y hasta duerme en ella. Tita llega a la desesperación. Así fue como a su hermana mayor se le ocurrió lo de la silla de ruedas. No le dan opción y lo empujan hasta que quedan agotadas: “Ves que hace bien tomar un poco de aire”, le dicen intentando convencerlo una vez más, pero para don Pablo es absurdo: “Es la última vez que me faltan al respeto de esta forma”.
Y dicho y hecho.
Siguiendo el consejo de su marido, Tita deja pasar una semana antes de volver a visitarlo. Cuando entra a la casita se encuentra con lo que más temía: un agujero en el piso de madera y la corriente de un río que no descansa.
A don Pablo lo encontraron aferrado a su silla dos pueblos más allá.
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