—Hace tiempo que no hablamos —dijo Victoria moviendo el dedo en círculos sobre el apoyabrazos del sillón.
—¿Tenemos algo más que decirnos? —Bruno dejó el libro a un costado. Llevaban casados más de veinte años—. Creo que ya nos dijimos todo lo que había que decir.
—Nunca te dije que sos un idiota, por ejemplo.
—Es cierto —respondió Bruno soltando el aire—; nunca lo dijiste. ¿Y eso? ¿Creíste que era sagaz e inteligente y se te acaba de ocurrir que no lo soy?
—Se me acaba de ocurrir. Pero tal vez lo supe siempre.
—A mí me ocurre lo mismo. Creo que siempre supe que sos una histérica insoportable y manipuladora, aunque sólo en este instante me atrevo a concederme la libertad de expresarlo.
—¡Qué pomposo! —Victoria se levantó del sillón y cruzó la habitación en dos zancadas para alcanzar el bar y servirse un vaso de vodka que bebió de un trago.
—¿Desde cuándo tomás así?
—Desde ahora; siempre quise hacerlo y no me atrevía.
—Hay que atreverse —suspiró Bruno. Parecía que se iba a hundir en su asiento, pero en lugar de ello se levantó de un salto, se lanzó sobre Victoria y le descargó el puño en la mandíbula. La mujer cayó hacia atrás y su espalda golpeó sordamente contra el bargueño. No obstante, en lugar de mostrar dolor, en el rostro le brotó una franca sonrisa. Acto seguido, la mano abrió un cajón del mueble del que extrajo una Bersa Thunder 380. Victoria disparó tres veces y Bruno, con el asombro pintado en la cara, cayó hacia atrás.
—Ciertamente, ahora sí tenemos algo de qué hablar: de tu funeral, pero lamentablemente será un monólogo, otra vez, como siempre.
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