miércoles, 22 de junio de 2011

Di end is comin - Daniel Frini


Los dados giran en el aire dando volteretas.
Se muerde los nudillos viendo cómo el primero cae sobre la pana verde y rebota hacia adelante y ligeramente a la derecha. El segundo dado parece clavarse y se diría que pega un respingo hacia atrás. Unas vueltas más y se detienen prácticamente a la vez. Él y el otro miran la mesa con aprehensión. Un dado muestra un tres; el otro, un dos.
―¡Ah! —grita el que arrojó los dados, mientras se golpea la frente.
―¡Ja! —se sonríe el otro, mientras se echa hacia atrás y se arrellana en su sillón.

El primer misil impactó a unos tres kilómetros al norte de Makka Al-Mukarrama, el noveno día del mes de du-l-hiyya, el último día de la hajj; cuando unos dos millones y medio de peregrinos se despedían de la Kaaba.
El segundo misil cayó muy cerca del Hakótel Hama'araví, obliteró Yerushaláyim y mató a más de quinientas mil personas.

―Me toca a mí —dice el otro. Recoge los dados y los mete en el cubilete. Agita, mientras cierra los ojos. Parece rezar. En un movimiento brusco, gira el vaso y lo deja caer, boca abajo, sobre la mesa. Lo levanta lentamente. Un dado indica un cinco; el otro, un uno.
―¡Sí! —grita el que arrojó, ahora, los dados.
―¡No! —grita el primero.

El tercer misil destruyó New York, el cuarto impactó en Berlin. En tres días, casi las cuatro quintas partes de la humanidad habían muerto. Doce días después la nube radioactiva había cubierto la totalidad del planeta.

―Un cuatro, un cuatro… —ruega el primero, mientras prepara el tiro.
―Me parece que, como siempre, te gano —dice el otro.
Los dados vuelan y caen. Un dos. Un tres.
―¡No puede ser! —grita el que tiró.
―¡Sí! ¡Otra vez! ¡Tomá! ¡Gané!—grita el otro.

Veinte días más tarde, el inmenso mecanismo enviado por el G-7; y por cuyo control se desató la guerra, sin nadie que gobierne su entrada en órbita, impactó en el sol y liberó su carga. La explosión de Supernova fue, prácticamente, inmediata.

―¿Jugamos otro?—dice El Caído ―Ya te gané tres seguidos.
―Dale ―dice Dios ―. Esto no puede quedar así.
—Te cedo el honor.
―Bueno —contesta Dios, mientras agita el cubilete.
Una eternidad después, suspira, arroja los dados y dice
―¡Hágase la luz!

Daniel Frini

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