—Abuelo, mira qué regalo de Reyes te traemos —dijo uno de los nietos, extendiendo su mano con un paquete medio deshecho, en el que un pijama azul con una Z en el pecho, hecha con tiras rojas de cinta aislante, apenas quedaba envuelto por el papel de regalo.
—Pero hijos —contestó a sus nietos— ¡si hoy es 28 de diciembre!
—Ay, abuelo, que ya no sabes ni el día en que vivimos. Es 6 de enero. ¡Pobre!
El abuelo, por no quitar la ilusión a los tres zagales, se enfundó el pijama azul con la Z luciendo en la parte delantera del pecho.
—¿Z? —preguntó.
—Zupermán, abuelo. Zupermán —respondió jocosamente uno de ellos.
El abuelo, por seguir la corriente a sus tres nietecitos, se subió al pretil de la ventana y elevó sus brazos por encima de la cabeza.
—Tengo zuperpoderes, puedo volaaaaaar —y saltó al vacío ante la mirada atónita de los nietos.
—Abuelo, que era una brom...
—Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh... —se escuchó al abuelo en caída libre.
Cuando se asomaron a la ventana, vieron al abuelo suspendido de una cuerda elástica a la altura de la planta baja. Se desprendió del arnés, que cuidadosamente había preparado la noche anterior con el vecino del tercero, que para eso era un jubilado que había trabajado en efectos especiales en televisión. Liberando el mosquetón y dando un saltito de unos centímetros, tomó contacto con el firme de la calle.
Esos pequeños mozalbetes recordarían para siempre la broma del abuelo, que había descubierto la trama de sus nietos con la suficiente antelación para que ellos tomaran una lección que nunca pudieron olvidar.
Javier López
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