Ante sus ojos, el tenía la grandeza de lo inconmensurable. Mar de aguas calmas, paciencia azul y besos de goma espuma.
Claro que Mariana carecía casi por completo de visión en el ojo derecho.
—Puedes estar tranquila. Me importas mucho- le dijo Benjamín en el oído una noche de brillo y tormentas. El único ojo sano de ella lo percibió gigante, luminoso como el Rockefeller Center en Navidad.
Ya que el destino siempre corre hacia adelante y casi siempre lo que ves, es; la mujer resolvió ir al oculista mientras el hombre decidía salir con amigos.
Simultáneamente al tratamiento previo a la cirugía ocular, Benjamín inició la ronda de miedos, dudas y espejos.
Sorprendida hasta los tuétanos, Mariana observó como la silueta de el se encogía, poco a poco y sin pausa.
Desdibujado detrás del -te llamo después- y del -nos vemos la semana que viene- , pronto cabía en la palma de su mano. Terca como una mula, lo aferró en su puño y se encaminó a la operación reparadora de la visión.
Mariana recuperó la vista de su ojo derecho y con ello, la disparidad binocular que es la forma de percibir profundidad, relieve y dimensiones. Abrió el puño para reconocer a su hombre y se encontró con una caricatura minúscula. La observó detenidamente. Sonrió y sin vacilación alguna, la arrojó bien lejos por sobre sus espaldas.
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