Amanecía. El discípulo y el maestro estaban al pie de una montaña.
El maestro era de pocas palabras y no solía dar explicaciones. Tomó un pañuelo y vendó los ojos del muchacho. Luego lo guió ladera arriba. Al cabo de un tiempo, se detuvieron.
—Escucha Fang —dijo el anciano—: hoy deberás pasar una importante prueba. Frente a ti hay una tabla de madera de cinco metros de largo. Párate sobre ella y extiende los brazos a los lados.
El joven lo hizo y se detuvo a esperar nuevas instrucciones.
—Camina en esa posición hasta llegar al final del tablón. A tu alrededor hay un colchón de hierba tapizada de pequeñas flores. No debes pisarlas, así que cuida el equilibrio para no caer. Hazlo ya.
Fang comenzó a avanzar por la delgada tabla que cedía bajo su peso. En minutos, el sensible tacto de sus pies le indicó que había llegado al final del recorrido.
—¡Bien muchacho! Has logrado superar la primera parte. Ahora escucha con atención: gira en el mismo lugar y sácate la venda de los ojos.
Cuando Fang abrió los ojos sintió el más terrible miedo de su corta vida. Bajo sus pies, el mundo se hundía en un profundo precipicio de piedras afiladas. Al otro lado, el maestro lo observaba con una amplia sonrisa en su rostro. Entre ambos se extendía una delgada tabla de bambú... ¡sobre la cual acababa de cruzar el abismo! El asombro se transformó en incredulidad y desesperación. La voz del maestro lo hizo reaccionar:
—Lo has logrado una vez ¡Puedes hacerlo nuevamente! Ven.
—Maestro... Yo... ¡No puedo! ¡Caeré al vacío!... No puedo cruzar...
http://grupoheliconia.blogspot.com/2010/12/patricia-marta-kieffer.html
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