A Lucía le costó algunos años entender que tanto el amor como la amistad se construían con el tiempo y que, por lo tanto, era imposible que nacieran de repente. Quizá pecaba de soñadora, porque bastaba con echar un ojo a su alrededor para darse cuenta del paso del tiempo. Y es que Lucía ya no era aquella mujercita de la universidad, ni mucho menos. Por fin, aunque seriamente resignada, Lucía tuvo que admitirlo: los flechazos, las almas gemelas o eso de las medias naranjas eran una absurda bobada, una prueba más de madurez. Antes de salir a tomar el fresco, agobiada por la calurosa bienvenida al mundo real, se lo repitió un par de veces más…Segundos más tarde, un chico desconocido le salvó la vida en un cruce de peatones.
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