sábado, 30 de abril de 2011

Nimbo - Rolando Revagliatti


Era enorme y bueno. Trabajaba y residía en un taller mecánico. Entre sus pertenencias figuraban un colchoncito con cotín engrasado como él y unas frazadas asquerosas. Dos gatos dormían a su lado. Cocinaba huevos y sopa y se calentaba mate cocido con una garrafa. A los chicos del barrio les producía curiosidad. Un día, ese hombre que se trasladaba bamboleándose, que sonreía y silbaba, que apretaba con los dientes un toscano, ese hombre de paz, muerto, apareció nimbado, semi-empotrado en un pilar, inapacible, limpio, con alígero nimbo de barniz selenita.

Rolando Revagliatti

Atardece en el jardín - Jorgelina Etze


Las agujas de pino cubren todo como una espuma verde.
Mientras el jardín es triturado por los últimos instantes de la tarde; yo me encuentro aquí, sola, clavada sobre el mármol.
¿Cómo abandonarte en la noche que se acerca? ¿Cómo dejarte sabiendo que, debajo, ya sos gangrena y podredumbre?

Jorgelina Etze

Mutación – Guillermo Vidal



Algo había cambiado, lo podía sentir en las yemas de los dedos, en la carne, en la planta de los pies o en los sonidos inesperados que susurraban su nombre. Estaba cambiando sin su consentimiento, tanto que sentía bajo la piel como espinas que intentaban destrozarle los poros para salir a la superficie. Estaba seguro que el corazón latía desde otro lugar distinto al habitual, a un ritmo desconocido. Se tanteo la nariz y ya no estaba allí, donde siempre la había encontrado. Fue demasiado y se despertó con un grito de angustia que despertó a toda la colmena.
—¡Soñé que era humano!
—Que terrible pesadilla.

Guillermo Vidal

viernes, 29 de abril de 2011

La cocina del asunto – Sergio Gaut vel Hartman


—Entonces les harás creer que eres un traidor, ¿has comprendido?
—De acuerdo, pero ¿ellos van a aceptar mi palabra?
—Se van a convencer de que lo estás haciendo por el dinero.
—¿Y si no se tragan eso de que venderé a mi hermano por unas monedas?
—No te preocupes por eso; la gente hace las peores cosas por dinero.
—Pero yo no soy así...
—Ellos pensarán que sí.
—¿Y estás seguro de que la gente inundará las calles vitoreando tu nombre, que te arrancará de las manos de tus carceleros y te ungirá rey de Israel?
—Lo estoy. Los zelotes ganarán la batalla, y antes de fin de año seré coronado con el beneplácito del emperador. A fin de cuentas, los romanos son pragmáticos y no les importa quien gobierne, en tanto y en cuanto eso les deje ganancias.
—No sé qué decirte. Esto me da miedo. ¿Y si sale mal?
—Saldrá bien, ya verás que saldrá bien.

Sobre el autor: Sergio Gaut Vel Hartman

Las termópilas – Héctor Gomis


Recuerdo bien cuando mi padre me habló por primera vez de la batalla de las Termópilas. En el paso de las Termópilas, un puñado de guerreros espartanos se enfrentaron a un ejercito cuarenta veces superior. Lo hicieron con la certeza de su fracaso, pero con la convicción de que debían hacerlo. Los espartanos conocían de antemano lo imposible de su misión y asumieron su destino con entereza. Fue una batalla perdida antes de comenzar, un grupo de hombres embistiendo de cabeza contra un muro sin ninguna esperanza de moverlo.

Aquel día escuché por primera vez la palabra héroe, y desde entonces cada vez que la escucho recuerdo a aquellos hombres.

Mi abuelo lleva dos años intentando escribir un libro con sus memorias. Mi abuelo no es una persona famosa, ni influyente, ni importante para el resto del mundo. Sólo es una persona más, un anciano que desea dejar una huella en los que le rodean antes de desaparecer.
Decidió escribir su historia el mismo día que el médico le anunció que estaba perdiendo la memoria. Desde entonces, luchando contra las lagunas de su mente y la escasa fuerza de sus manos, intenta llenar páginas con retazos de sus dispersos recuerdos.
Hemos intentado ayudarle de todas las maneras posibles, transcribiendo sus cuadernos, grabando su voz, ordenando sus notas, pero todo ha sido en vano.
Seguramente debió empezar antes, antes de que las fuerzas le fallaran y de que su memoria se perdiera entre brumas. Ahora los recuerdos van y vienen por su mente como las olas en el mar.
A veces me siento a su lado e intento seguir el hilo de sus historias, pero en su cabeza se entrelazan unas con otras, convirtiéndose en una maraña de fechas y nombres imposible de seguir. Soy consciente de que nunca podrá acabar sus memorias, es una tarea imposible. Él también lo sabe.

Mi abuelo intenta escribir sus memorias, lo hace con la certeza de su fracaso, pero con la convicción de que debe hacerlo. Conoce de antemano lo imposible de su misión y asume su destino con entereza. Es una batalla perdida antes de comenzar, un hombre embistiendo de cabeza contra un muro sin ninguna esperanza de moverlo.

Ahora, cada vez que escucho aquella vieja historia de espartanos y persas, no puedo evitar acordarme de mi abuelo.


Tomado de: http://uncuentoalasemana.blogspot.com

Los Otros - Jesús Ademir Morales Rojas


De nuevo aquellos seres nos acosaban, nos sumían en un estado de consternación y terror. Al principio, apenas y habíamos percibido algunas señales de su intrusiva presencia. Eran breves manifestaciones que habían perturbado la paz rotunda de nuestro espacio. Sin embargo, poco a poco fueron aumentando en intensidad, como si ellos supieran de nosotros y trataran de ahuyentarnos una y otra vez.
A veces nuestra comunicación se veía interrumpida por ciertos sonidos en la pieza contigua y al querer descubrir cuál era la causa, los otros escapaban raudos y cerraban la puerta de la cocina, o de la alcoba. Era espantoso saber de los otros y no poder hacer nada por evadir su oprobioso estar. Poco a poco intentamos ganarles terreno atreviéndonos a deambular libremente por más espacios de la casa, para evitar así que la tomaran por completo.
Ellos huían hacía la parte más alejada de la casa, escuchábamos sus susurros trémulos, sus pasos sigilosos, su hurgar continuo en todo los objetos de nuestro espacio. Finalmente nos decidimos y penetramos con resolución en el último cuarto de la casa. Los otros habían escapado, estaban afuera. Por un momento percibimos su odiosa respiración del otro lado de la puerta. En su precipitación, ellos habían dejado caer un ovillo de estambre, uno de cuyos extremos se pasaba por debajo de la puerta y temblaba. Llenos de júbilo comenzamos a tirar del estambre con frenesí y ellos, que al principio resistieron un tanto nuestra fuerza, terminaron por ceder dejando caer el otro extremo del hilo.
Nuestras risas se transformaron en rugidos (feroces) de ciega alegría y más cuando los vimos alejarse de la casa, llenos de miedo y derrotados, tras haber arrojado la llave para cualquier lado. Justo en ese momento, nuestras risas se hicieron llanto espantoso, aullidos que nunca cesarán, al descubrir con horror que nos habían dejado encerrados en el vacío de esta casa donde no ha habido nadie jamás.

Morales Rojas, Jesús Ademir
Jesús A Morales Rojas en Heliconia

jueves, 28 de abril de 2011

Hasta el conurbano y más allá - Alejandro Bentivoglio


El viaje al espacio en la camioneta se hace difícil. Salimos a la madrugada, de Berazategui y recién después de parar en una estación de servicio para comernos unas medialunas encendimos los propulsores. Tuvimos que agarrar bien las carpas para el campamento. Llevamos de todo, porque dicen que nadie fue antes para el lado del espacio. Cuentan historias raras, de que se acaba la Tierra y todo se hunde en un abismo de bichos interespaciales. Pero no nos gusta darle importancia a los comentarios de gente que no sabe nada de nada.
También nos decían que el viaje al Infierno iba a ser un horror y apenas si tuvimos que abrirnos la camisa para bancarse ese calorcito que se te mete por todas partes.

Cierto sabor a podrido - Carlos Enrique Saldivar Rosas & Sergio Gaut vel Hartman


Es terrible no sentirse limpio, se dijo. Lo obsesionaban todas las cosas que podían convertirlo en un ser inmundo: las bacterias, las liendres, los nanoseres microscópicos que las compañías de alimentos siembran en las viandas para controlar a las personas desde el comienzo de la liberalización productiva. Soy un descuidado montón de piezas indebidamente esterilizadas, casi cien kilos de materia contaminada; una criatura febril y sucia al mismo tiempo. Comienzo a devorarme a mí mismo.
La purificación ha dado inicio.

Cita a ciegas - Alejandro Ramírez Giraldo


Estoy nervioso, no lo niego. A mi edad es la primera vez que cometo la estupidez de acudir a una cita a ciegas. Nos conocimos en el chat y bla bla bla bla… Conservo de ella una única descripción que a la vez me tiene entusiasmado y perplejo: “Soy tetona y mal encarada”. Quizá siga esperando con paciencia…


tomado del blog: http://www.minicuento.com/

miércoles, 27 de abril de 2011

Lunes – Irma Verolín


Los lunes son días de frío. Juan no lo sabía y aquel lunes salió desprevenido a la calle. Ráfagas de viento gélido y copos de nieve surgieron de pronto desde el centro de la tierra y Juan, en mitad de la avenida, sobre la hilera de franjas blancas del pavimento, quedó convertido en estatua de hielo. "Todos los lunes deberían ser días feriados", pensó alguien que miraba la ciudad desde una alta ventana.

De cara al río - Diana Sánchez


El viejo blanco agitaba una bandera blanca. Débiles y pobres los dos: la bandera y el viejo. Desde el balcón de cañas de su precaria casa sobre el Paraná de las Palmas y el río Carapachay, el viejo pobre y débil tenía, al menos, dos ríos para él. Y el cielo abierto. Total, pleno.
Tenía las estrellas del Delta, el viejo. El sol y la luna.
No importaba la pobre bandera, ni su propia pobreza. El viejo tenía la bandera, el río. Y el cielo. También, la juventud apoltronada sobre los huesos. La vida vivida.
Lo saludé con la mano cuando pasé con mi canoa. A él no le importó. Siguió agitando de cara al río, su bandera de esperanza.

Visiones - Claudio Leonel Siadore Gut


No hay que ser un gran profeta de la historia para ver el futuro en los espejos, portales a través de los que fantasmagorías violentas irrumpen en nuestro ambiente con mensajes absurdos, interpretados al antojo de quien pule el discernimiento.
En nocturnas ocasiones, corrientes arcanas asoman sus cabezas desde el marco del espejo y nos miran mientras dormimos. Momentos como esos nos procuran pesadillas, sus caras en nuestra conciencia turba el alma, porque son parte de nosotros. Los espejos reflejan lo que nos importa y preocupa, siempre.

Sed - Jesús Ademir Morales Rojas


Cuando Henry Chinaski se vomitó a sí mismo, decidió dejar por fin esa bebida. Aplastó con sus sucias botas aquel pequeño cuerpo arrugado. La bolsa membranosa que lo contenía dejó escapar un quejido y grumos verdosos. Pero antes de irse de allí el viejo beodo decidió tomar un último trago: introdujo su botellita al mar y se bebió el refrescante —y extrañamente dulce— líquido salino. Pronto Chinaski se alejó de la costa californiana hacia su propio destino. El sol se puso con un extraño brillo en el horizonte marino. Más allá, mientras tanto, Japón, resplandecía como nunca.

martes, 26 de abril de 2011

Ojos que no ven – Sergio Gaut vel Hartman


Leo que Milton Erickson, el famoso médico estadounidense que revolucionó su especialidad al cambiar las técnicas de hipnotismo aplicadas a la psicoterapia, nació en 1901 en Aurum, una pequeña ciudad de Nevada ya desaparecida. ¿Desaparecida? ¿Desaparecen las ciudades? Me inclino a pensar que Erickson pergeñó una alucinación colectiva que ha puesto a Aurum fuera del alcance de los sentidos ordinarios y que en ella, desde hace medio siglo, viven y trabajan multitudes de científicos de todas las áreas que diseñan el futuro de la Tierra y preparan el salto de la cuna al universo, tal como previó Arthur C. Clarke. Tengan en cuenta que, como señaló el autor de El fin de la infancia, la ciencia más avanzada es indistinguible de la magia.

Sergio Gaut vel Hartman

Castillos en el aire - Luisa Hurtado González


Desde hacía muchos años disfrutaba de su construcción, de ir añadiendo día a día pequeños y sutiles detalles.
Recordaba haberlo hecho desde siempre, desde niña, desde hacía más o menos 30 años.
Sin embargo, en cuanto esa cifra surgió en su mente, su peso hizo que las murallas empezasen a ceder, que las almenas se desplomasen, que el foso se llenase y que los torreones de derrumbasen.
Todos los castillos, sus castillos, se vinieron abajo, se evaporaron, sin siquiera levantar una nube de polvo, sin que nadie lo notase, inundándole los ojos de lágrimas.

Ilustración de Guillermo Vidal

Conjura psíquica - Jorge De Abreu


—¿Así que usted piensa que la KGB está detrás de sus escritos? —el agente se reclinó en la poltrona y cruzó las piernas. Una delgada línea partió de uno de sus impecables zapatos, rodeó su cuerpo y se conectó con el perfil de la mesita del centro de la sala.
Escuché el débil zumbido dentro de mi cabeza, descodificando instrucciones.
—Sí —me limité a repetir, pero en ese momento el cuerpo del agente se plegó sobre sí mismo y fluyó por un agujerito corriéndose al rojo en un instante.
En la pared de enfrente las agujas del reloj comenzaron a girar más rápido y sentí la taquicardia.
Jane posó su manita sobre las mías y puso la botella de elixir de Ubique en mi mano. Tomé un buen sorbo. El mundo se detuvo y enseguida se volvió mucho más luminoso. Cerré los ojos, arrullado por una monótona voz interior.

El barquero - Esteban Moscarda


Llegó ante Caronte y se dió cuenta de que no tenía un cobre. Por suerte, al meter la mano en uno de los bolsillos de su alma encontró la tarjeta de débito con la que había muerto. ¿Acepta tarjeta?, le preguntó al barquero. Sí, le respondió secamente este. Entonces, aliviado, se sentó en la barca final. Qué bueno que el sistema financiero haya trascendido a la vida, pensó mientras las costas de la Tierra se alejaban lentamente.

Esteban Moscarda

Razón de Dios para no existir – Héctor Ranea


Ciertamente, los dados de Dios deberían tener infinitos lados. Pero él podría contarlos, de modo que no serían infinitos. Ergo, tendrían un número finito de caras. Entonces él no podría tomar infinitas decisiones. Así, no es omnipotente. Un Dios enclenque no podría jugar a los dados con infinitas caras, menos contarlas. En tal caso podrían ser infinitas y él jamás lo sabría; entonces, no sería omnisapiente. Si no fuera omnisapiente no sabría dónde está, ergo podría estar en el Universo equivocado: tal vez, éste. Si estuviera acá, sin saber, sin entender, tirando dados al azar, podría pasar cualquier cosa. Entre ellas, que el Universo se expandiera para hacerle lugar a sus dados arrojadizos, ergo: este dios ocuparía lugar. Si ocupara lugar no sería ubicuo aunque podría, pero no por propia voluntad. O sea, no juega a los dados. Pero si no juega a los dados es porque no puede…

lunes, 25 de abril de 2011

El último tango en Centauri – Guillermo Vidal


Canta el tango como ninguna…
Conoció a Malena, no era su nombre verdadero, cuando de la mano de una vitrola y un disco de pasta (un recuerdo de tiempos ya pasados que un colono consiguió rescatar), a treinta y siete billones de kilómetros de la tierra, renació el tango.
Hizo una explosión febril entre los Centauri. Malena cantaba: “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con su piel y con su voz”, como si la hubieran compuesto pensando en ella; su color era rojizo y voz soterrada producto del humo volcanes y el alcohol de la atmosfera.
La obsesión siguió al descubrimiento por la historia, las letras y los compositores. Desengaño al descubrir lo poco que sabían los colonos. Malena solo se le acercó porque era terrestre, no era fácil llegar a la tierra y él era su mejor chance. De inmediato lo bautizó Gardé y lo obligó a bailar en las clases de tango. Ella podía realizar todos los cortes, quebradas y firuletes que quisiera, tenía tres pares de piernas, largas y agiles como todos los centauri.
El viaje fue en un carguero miserable, hacinados como ratas mutan y una pompa de aire para los dos que debía aguantar hasta el final. Ahorraron oxigeno a costa de sufrir embotamiento, alucinaciones y dolores de todo tipo, pero llegaron; quedarse anclados en Marte, que no era Paris, no era opción.
Bajo las aguas quedaron los recuerdos… y mas allá la inundación.
Cuanto más quiso alejarse del pasado mas se hundía en él, su pobre madre muriendo, sus ojos se cerraron de pena por la nostalgia de la tierra perdida; después Homero Manzi y le pera, Cadícamo, discépolo, Gardel, Julio sosa y Libertad Lamarque y un bandoneón, que para él era más extraño que cualquier alien, hicieron llorar a las estrellas con sus canciones tristes y a todo el pasaje mientras duró la travesía. Nostalgias de un ayer que ya murió, y que jamás habían vivido, era lo que los Centauri adoraban.
Ya en la tierra se embarcaron para la Vieja Baires, ahora por completo bajo las aguas. Gardé nació en los islotes, lo poco que todavía emergía de las aguas; partió de niño cuando las inundaciones y se sentía lejanamente emparentado con los fantasmas que todavía residían allí.
Fue encomiable el esfuerzo que hizo Malena para asimilarse a sus sueños forjados en el aire turbio de los callejones Centauri, algunas cirugías, un vestido breve, con un tajo en el costado y una peluca rubia de kanekalon no la ayudaban mucho a juzgar por las miradas de los terrestres, pero nadie se atrevió a rechazar a una turista Centauri, gastaban mucho en souvenirs y viejas partituras, todo de antigüedad dudosa.
Sin un respiro bajaron hasta los domos donde yacían los restos de la antigua ciudad directo a un cafetín reconstruido (llamado los Angelitos) que atrapaba como peces a los turistas; todo carísimo, por lo que se limitó a pedir un vaso de agua. Malena solicitó ir al baño, algo que solo usaban las gentes de la tierra y no volvió. La vieron alejarse en las aguas aleonadas por un callejón sin final. No podía seguirla, ella era anfibia y además no valdría la pena, se quedaría aferrada a un farol buscando la esquina del herrero, el barro, la vereda y el zanjón, sin comprender que nada de eso existía, o tal vez aferrándose a un sueño como un naufrago a una tabla.
Ya nunca alumbraras con las estrellas, musitó Gardé y se dio cuenta que estaba repitiendo a Malena con sus delirios de tango.
“Mi viejo Baires cuando yo te vuelva a ver,
en el fondo de aquel rio, de mi lejana tierra querida,
ya no habrá pena, ni olvido,
y ni el espacio, ni el frio nos volverá a separar”
Llamó al mozo y pidió un café que le costó lo que le quedaba para el pasaje de vuelta.

Descalza - Marisa Dittler


Descalza… caminando a paso lento, pero firme para sentir la textura del césped en la planta de mis pies.
El extenso patio con sus sombras nocturnas invitaba a peligrosas aventuras.
Los chicos del barrio lo sabían.
Luciérnagas, juego de escondidas, pelota en la calle de tierra cuidando el paso de los escasos autos. Las noches de verano acontecían calurosas y lentas, inocentes y misteriosas…
Pero yo sólo caminaba por el patio… descalza.
Buscando la luna entre los árboles, husmeando aromas de naranjos y jazmines de alguna casa cercana.
Avanzaba… pastito fresco bajo los pies.
Tumbarse al fondo, arriesgando el cuerpo al ataque de las hormigas, escuchando a lo lejos las travesuras infantiles corriendo libres y los gritos de guerra de las madres preocupadas.
Todavía se veían todas las estrellas, todavía se respiraba el idilio inocente del futuro por venir. Todavía lo conservo, por suerte o rebeldía, en la planta de los pies.

Pueblo chico - Mónica Ortelli



En este lugar nos conocemos todos y eso, en cierto modo, facilita las cosas. De ahí que no me importara declarar ante la fiscal del distrito (una muchacha preciosa): en la sala, ella era la única extraña. Durante la indagatoria imaginaba su vientre nacarado ondulando bajo mi peso; me cambió el ánimo... Estaba interesada en cuando fui monaguillo y le dije que a mí el cura nunca me había tocado, que jamás había escuchado que le hubiera pasado a otros. Lo mismo aseguraron Sper, el comisario inspector; Toño, el de la Marítima y el editor del ‘Pregón del mar,’ entre los de aquella época.Más tarde, algunos de nosotros estábamos en “The Avengers” tomando unas copas cuando aparecieron el abogado Ferroni y la fiscal y se sentaron a nuestra mesa (sentí que tocaba el cielo). Resultó que habían estudiado juntos y Ferroni y su mujer la hospedaban en su casa. El tema fue inevitable. Después de lo de la mañana, supusimos que la investigación del crimen iría al frío. Ferroni coincidió con nosotros. Ella, con elegante discreción sólo confirmó lo que decía el periódico: sin móvil claro ni sospechosos. Agregó que no estaban seguros de cuál fue el objeto punzante, dicho de un modo que me alteró la respiración.Después, hablamos de otras cosas y la balanza se inclinó para mi lado. Es una muchacha sencilla. Nació en un pueblo como este, en la sierra; los estudios los pagó trabajando y, por ahora, está casada sólo con su trabajo. ¡Vaya suerte!La invité a navegar y aceptó. En este momento de mi vida siento que puedo lograr lo que me proponga: sólo deseo hacer las cosas bien. Ferroni y su mujer nos acompañarán. Le mostraremos los mejores lugares de la bahía. Quiero que salga perfecto. Ya tengo casi todo listo abordo, sólo me falta reponer el pica-hielos para preparar los tragos.


Tomado del blog Ni vara ni cuchillo

Fukushima – Esteban Moscarda


Cuando explotó Fukushima todo fue caos al principio. Se pensaba que el apocalipsis (anunciado para el 2012) se había adelantado. Hubo miedo, reacciones absurdas, pedidos de volver al medioevo, promesas de guerras e invasiones, delirio colectivo y esas cosas tan propias del ser humano cuando se le acaba la comodidad. Pero al poco tiempo, las radiaciones del desastre resultaron no ser perjudiciales; al contrario, eran una especie de energía nueva cuyo efecto en la gente rompió la lógica del mundo. Daba a los humanos una sensación de bienestar inconmensurable, un nirvana en la Tierra. Y todo comenzó a ir bien en el mundo: se firmaron tratados de paz, se destruyeron arsenales, hubo fiestas en cada lugar público del mundo. ¿Final feliz? Momento que no terminó, estimado lector. Cuando el Hombre estuvo en paz, realmente en paz por primera vez en la historia, el destino le haría una jugarreta. Y es que, desde las profundidades de Próxima Centauri una raza vino a la Tierra y lo esclavizó. La paz, la no-violencia, se transformó en el peor enemigo de la Humanidad.Los relatos de aquella época nos plantean algunas dudas: ¿acaso lo de Fukushima fue planeado por aquellos extraterrestres? y, ¿Podrá el Hombre levantarse del fango una vez más, odiar con todas las fuerzas posibles y retomar su mundo con los artefactos de la violencia? Es una pregunta para las siguientes generaciones de esclavos...

El discípulo - Juan José Arreola


De raso negro, bordeada de armiño y con gruesos alamares de plata y de ébano, la gorra de Andrés Salaino es la más hermosa que he visto. El maestro la compró a un mercader veneciano y es realmente digna de un príncipe. Para no ofenderme, se detuvo al pasar por el Mercado Viejo y eligió este bonete de fieltro gris. Luego, queriendo celebrar el estreno nos puso de modelo el uno al otro. Dominado mi resentimiento, dibujé una cabeza de Salaino, lo mejor que ha salido de mi mano. Andrés aparece tocado con su hermosa gorra, y con el gesto altanero que pasea por las calles de Florencia, creyéndose a los dieciocho años un maestro de la pintura. A su vez, Salaino me retrató con el ridículo bonete y con el aire de un campesino recién llegado de San Sepolcro. El maestro celebró alegremente nuestra labor, y él mismo sintió ganas de dibujar. Decía: «Salaino sabe reírse y no ha caído en la trampa». Y luego, dirigiéndose a mí: «Tú sigues creyendo en la belleza. Muy caro lo pagarás. No falta en tu dibujo una línea, pero sobran muchas. Traedme un cartón. Os enseñaré cómo se destruye la belleza». Con un lápiz de carbón trazó el bosquejo de una bella figura: el rostro de un ángel, tal vez el de una hermosa mujer. Nos dijo: «Mirad, aquí está naciendo la belleza. Estos dos huecos oscuros son sus ojos; estas líneas imperceptibles, la boca. El rostro entero carece de contorno. Ésta es la belleza». Y luego, con un guiño: «Acabemos con ella». Y en poco tiempo, dejando caer unas líneas sobre otras, creando espacios de luz y de sombra, hizo de memoria ante mis ojos maravillados el retrato de Gioia. Los mismos ojos oscuros, el mismo óvalo del rostro, la misma imperceptible sonrisa. Cuando yo estaba más embelesado, el maestro interrumpió su trabajo y comenzó a reír de manera extraña. «Hemos acabado con la belleza», dijo. «Ya no queda sino esta infame caricatura.» Sin comprender, yo seguía contemplando aquel rostro espléndido y sin secretos. De pronto, el maestro rompió en dos el dibujo y arrojó los pedazos al fuego de la chimenea. Quedé inmóvil de estupor. Y entonces él hizo algo que nunca podré olvidar ni perdonar. De ordinario tan silencioso, echó a reír con una risa odiosa, frenética. «¡Anda, pronto, salva a tu señora del fuego!» Y me tomó la mano derecha y revolvió con ella las frágiles cenizas de la hoja de cartón. Vi por última vez sonreír el rostro de Gioia entre las llamas. Con mi mano escaldada lloré silencioso, mientras Salaino celebraba ruidosamente la pesada broma del maestro. Pero sigo creyendo en la belleza. No seré un gran pintor, y en vano olvidé en San Sepolcro las herramientas de mi padre. No seré un gran pintor, y Gioia casará con el hijo de un mercader. Pero sigo creyendo en la belleza. Trastornado, salgo del taller y vago al azar por las calles. La belleza está en torno de mí, y llueve oro y azul sobre Florencia. La veo en los ojos oscuros de Gioia, y en el porte arrogante de Salaino, tocado con su gorra de abalorios. Y en las orillas del río me detengo a contemplar mis dos manos ineptas. La luz cede poco a poco y el Campanile recorta en el cielo su perfil sombrío. El panorama de Florencia se oscurece lentamente, como un dibujo sobre el cual se acumulan demasiadas líneas. Una campana deja caer el comienzo de la noche. Asustado, palpo mi cuerpo y echo a correr temeroso de disolverme en el crepúsculo. En las últimas nubes creo distinguir la sonrisa fría y desencantada del maestro, que hiela mi corazón. Y vuelvo a caminar lentamente, cabizbajo, por calles cada vez más sombrías, seguro de que voy a perderme en el olvido de los hombres.

domingo, 24 de abril de 2011

B-613 – Raúl Sánchez Quiles


Aquel día erupcionó un volcán en mi jardín. Vino precedido de leves movimientos sísmicos hasta que se manifestó de forma violenta con una andanada de piroclastos, una columna de dos metros de cenizas y un pequeño hilo de lava que bajó por la rampa del garaje. Mi mujer ya estaba llamando al seguro de hogar cuando vi a un extraordinario hombrecito rubio que me miraba gravemente. Antes de irse, sólo me dijo: “Nunca se sabe lo que puede ocurrir”. Desde entonces, no he dejado de buscar baobabs por toda la casa.

Tomado de Hiperbreves, S.A.

Protocolo - Diana Sánchez


Tendí la mesa, se rompió el mantel. Lo cosí, se rompió la mesa. Acomodé los platos en el suelo, el pan a la derecha, el vino, a la izquierda. Serví la comida, la sopa se volcó en mi pecho. El vino, se derramó sobre mis rodillas. Empapada, olorosa y hambrienta, me agaché y empecé a lamer el piso. Después, manoteé la panera. Las migas resbalaron de mis dedos para caer en mi pecho, allí, absorbieron la sopa. Después, bajaron hasta mis rodillas donde se regocijaron con el vino. Y ya, colmadas y felices, se fueron al patio cuchicheando entre ellas, para dormir la siesta al sol.
Envidio a las migas. Les importa un pito, el protocolo.

La criatura fantástica - Jorge Sánchez Quintero


—¡Mira lo qué encontré!
—¿Qué es? —preguntó su compañero intrigado.
Y entonces lo vio, era un pedazo de metal circular donde venían grabados símbolos extraños y la efigie de una criatura fantástica.
—¡Es hermosa! —exclamó—. ¡Qué forma tan rara tiene! Su piel está cubierta de algo parecido a las hojas de los arbustos, y se está devorando un brazo.
—Del otro lado hay un símbolo que parece una columna y otros que no entiendo. Quién lo haya hecho debe tener mucha imaginación.
—Vamos a enseñárselo a los demás. Y los dos comenzaron a arrastrar sus voluminosos y gelatinosos cuerpos con sus seis tentáculos, mientras sostenían aquel círculo metálico con aquellos símbolos impronunciables e indescifrables: ESTADOS UNIDOS MEXICANOS.

Los chicos crecen - Claudia Sánchez


Habían olvidado definitivamente sus orígenes.
Pinocho, ya hombre, se dedicó a la venta de viruta de madera para embalaje fino.
El gato del marqués de Carabás abrió una fábrica de botas -las de tacos aguja y piel de liebre hacen furor entre sus clientas-.
También se supo que cuando Hansel vio a Gretel tan apetecible en esa casita de chocolate, pactó con la bruja un hechizo para los Grimm y entonces fueron transformados en lobo y caperucita y la bruja, en Cenicienta.
Pero todo esto fue hace muchos, muchos años, cuando todavía se leían libros de papel. Cuando las ficciones de realidad virtual eran apenas una fantasía. Cuando…
El niño ya está dormido. Esta grabación se terminará en 4, 3, 2, 1

Fotografia - Daniel Sánchez Bonet


Éramos dos turistas como el resto. Las vacaciones se habían hecho esperar, pero este año llegaron en forma de lujoso crucero. En Eduardo, me fijé nada más verle subir al barco. Muchos creerán que fue una coincidencia, pero tenía la misma cámara de fotos que yo. Quizá era porque compartíamos el mismo gusto, quién sabe.
Antes de tocar tierra, los animadores nos avisaron de que haríamos una última parada: una familia de delfines había decidido hacernos una visita y nadie quiso perderse la posibilidad de captar el momento. El hecho lo merecía. El cielo, no tardó en llenarse de flashes.
Nunca imaginé que los delfines fueran tan fotogénicos y menos aún, que la cámara de Eduardo me estuviera enfocando, justo, cuando le estaba tomando un bello primer plano.

sábado, 23 de abril de 2011

Cuadrojo – Patricia Nasello


Vierte agua en el cantero de los rosales. Mañana cortará los pimpollos para llevárselos a ella. Serán las bodas de oro y es el único modo de comunicación que la vida, o la muerte quién podría decidirlo, ha dejado. Son las siete treinta de la tarde, falta una hora, Aníbal no lo sabe.
Tanda publicitaria, violencia y horror sin solución de continuidad. El dolor lo vuelve intolerante, apaga el televisor. Sus ojos se quedan fijos sobre la pantalla negra hasta que, por solidaridad tal vez, bajan hacia la palma izquierda. Es raro, no es su vieja artrosis, no son los huesos que duelen. Es la piel, las venas ennegrecidas que se hinchan y trazan un dibujo. Desde los bordes aparecen líneas, un laberinto cuyo centro es un hombre que duerme en posición fetal.
-Un cuadro. Alguien. Un cuadrojo.
No ha tomado alcohol, no sueña, no delira. Ha inventado una palabra, eso sí. Ha designado al hombre dormido como un cuadrojo, quizá porque su senectud haya fundido en una palabra la idea, poco elegante y engorrosa “veo un cuadro inexplicable en mi palma izquierda con mis propios ojos”.
El cuadrojo dormido le inspira temor, no porque lo intuya malo, sino poderoso. Quizá, si le regalara una rosa, si ahuecara la mano y depositase allí la flor en prenda de amistad, lo tendría de su lado. No, las rosas son de ella.
Ocho treinta, el cuadrojo cambia de posición. Aníbal contiene el aliento.

Tomado del blog Esta que ves

Hotel alojamiento - Eduardo Betas



Cerrar la puerta, abrirse a su piel. Encielarse. Hacerse al amor como quien navega amares dulces, amares tiernos, amares que fueron naciéndoles y haciéndoles lo que luego fueron, poco o mucho, pero fueron o son ahora mismo, quién sabe…

Cerrar la puerta y abrirse, no sólo a su piel, sino a ella toda. A ellos dos todos. Porque él va construyéndose para ella, quizás torpemente o como puede, un ser a su medida, sin perder identidad. Algo que tal vez cueste creer pero háganme caso porque es así.

Porque él fue para ella una casa, un refugio, un pedazo de paz para que ella sea para él una casa, un refugio, un pedazo de paz, antes del escape de gas, del vacío, de las culpas transformando las sábanas en cementerios…

Ellayél entraban a ese lugar y ponían al mundo en suspenso. Colocaban entre paréntesis al bullicio, le corrían una carrera al reloj con la sangre a toda velocidad, amándose hasta el grito. O intentándolo o creyendo estar haciéndolo, ahora quién sabe…

Laberinto de rectángulos de tanto por tanto, con puertas numeradas, música que se parece a desodorante de ambiente y que nada de eso importe mientras tanto, mientras dure, mientras sea, mientras puedan, mientras…

Aunque, pensándolo desde ahora, desde este tiempo que pasó, tal vez haya habido un germen en él o en ella, no sé, no quiero aventurar porque está todo muy haciéndose todavía pero algo sucedía que él no quiso ver ni darse cuenta pero lo cierto es que muchas veces el amor terminaba empapado en lágrimas que no tenían sentido. O, mejor dicho, que parecían no tenerlo…

Lo único que tenía sentido allí, para ellos, al menos en aquel momento, era abrirse, nacer, hacerse, amarse. Alojarse allí para no alejarse. Hay quienes conocen esta historia y pueden llegar a pensar que el germen o el vacío que padecieron Ellayél comenzó con un disfraz de escape de gas en el aire acondicionado de uno de estos cuartos numerados. Porque eso fue lo que sucedió precisamente la primera vez que se reencontraron. Y, por supuesto, hay quien puede ver una señal en ello. Pero saliéndome por un momento de mi rol de cronista, me permito dudarlo. Porque la soledad no tiene nada que ver con todo eso. La soledad no se la contagia ni se la inhala. La soledad se hace en el caldo de cultivo del miedo pero más de la culpa.

Ellayél partieron y se partieron. Tal vez muchos de ustedes se hayan dado cuenta de cuándo sucedió aquello porque ese día escucharon algo que no se iban a olvidar nunca. Un ruido terrible, espantoso, como el que hace una paloma cuando es aplastada por la rueda de un camión.

Ellayél un día dejaron de entrar a ese laberinto de cubículos con música perfumada y puertas con números. Dejaron de hacerse al amor para comenzar a practicarse un concienzudo alejamiento. Él aún no sabe muy bien porqué y ella parece no tener fuerzas para encontrar las palabras.

El asunto es que, a partir de ese resquebrajamiento, comenzaron a pasar cosas extrañas en la ciudad donde ellos ya no se encontraban. Y aunque no se sabe muy bien si tuvo que ver con todo esto, lo cierto es que muchos juraron ver cómo Buenos Aires fue inundándose de culpa y hasta hay quienes aseguran haber visto flotar los cadáveres de lo que podría haber sido, asesinados por lo que creímos haber hecho.


Con autorización del autor, extraído de http: http://palabrar.com.ar/

viernes, 22 de abril de 2011

Romance perfecto - Miguel Dorelo


Apenas la vio supo que estaba en presencia de una mujer fuera de lo común.
En cambio ella ni siquiera imaginó que él la llevaría a un punto que nunca hubiese sospechado; mucho menos aún que por un hombre resignaría parte de algo muy suyo.
La noche fue cómplice de un momento soñado.
—Sos una mujercita dulce y encantadora —le dijo mientras encendía un cigarrillo.
—Me encantó estar con vos —respondió ella primorosamente.
—Me gustaría repetir esta velada —acotó él.
—La próxima vez te cobro la mitad—aseguró ella.
—Acepto. Pero hoy quedáte con el vuelto —concluyó él.
A veces una profesional muestra su lado más humano.
Y, también a veces, coincide con un cliente que sabe comportarse como un auténtico caballero.

Rastros de tinta - César Socorro


Desperdigados junto a la cama hay varios cascos de cerveza y ropa interior femenina. Solo posee un vago recuerdo de como acabó así. Entonces, trata de poner rostro a la morena y desnuda figura que se oculta bajo la colcha café. Pero la evocación de su dorso le intriga. Recuerda haber observado algo peculiar en él. La descubre con cuidado, evitando interrumpir su imperturbable sueño. Su espalda es un tatuado de grafías lineales, el análogo de un laberinto. Entre los infinitos caminos que se perfilan sobre las paredes del galimatías, percibe un matiz. Sigue ese sendero con el dedo índice; al paso del cual, los vellos se alzan como afiladas espinas. Al término del laberinto halla grabadas unas iniciales sobre las que desliza sus dedos; con el mismo ímpetu que si estuviesen grabadas en braille. Tal presión sobre las siglas provoca que, en ese preciso instante, la mujer se desvanezca.


Tomado del blog:http://elblogdeismed.blogspot.com/

Wikileaks 4.0 – Esteban Moscarda


Lo de wikileaks es muy serio. Los marcianos no son como nosotros. No se olvidan fácilmente. Y encima implicaron a la emperatriz en un supuesto romance con el presidente de Buenos Aires. No veo una solución rápida al problema. Propongo que se manden inmediatamente varias naves de guerra. Quizás esto sea beneficioso de alguna manera: podría ser la excusa perfecta para robarles el petróleo rojo…

Refutando a los ateos – Esteban Moscarda


Dios vive y sueña y su voluntad es la energía que hace temblar a todos los universos. El doctor Gaut le negó una voluntad. Su argumento fue muy efectivo: solo los Hombres poseen una voluntad. Pero si la voluntad, el dolo, es saber más querer, aquel que sabe todo también quiere todo, y, por ende, lo puede todo. El problema radica en que concebimos solo lo volitivo como exclusivamente humano. Dios, les digo, tiene voluntad y, sin embargo, no es un hombre ni una mujer; es un escritor, y en este momento, le está dando vida a usted, estimado lector…

La empalagosa miel - Luisa Hurtado González


-¡Soy un romántico de la vida! –decía sin parar.
Sin embargo ella odiaba aquella frase porque significaba que él no quería entender que ya no le quería, que las flores, los bombones y los regalos la molestaban, que los malos gestos eran que quería quedarse sola, que los dolores de cabeza nacían con sus continuas atenciones absurdas
Decidió entonces ser la amante perfecta, la miel en persona, e interrumpirlo siempre para decirle que le quería apostando fuerte por una inundación persistente de carantoñas.
Ayer recibió un correo electrónico en el que la dejaba. Ella no contestó siquiera.

Proyecto municipal – Héctor Ranea



Los lunes en que la Luna está llena, suelen salir de huecos ignorados por los empleados municipales, una suerte de diminutos lobisones que la emprenden contra los neumáticos de los automóviles rojos. No se les conoce una motivación clara y, como no dejan rastros escritos, sólo se puede inferir que tienen cierta aversión por los colores rojos. Se sabe del odio que desarrollan por el tendal de tordos que dejan a medio comer y los pobres horneros, protegidos y todo por las leyes nacionales, que no tiene ninguna forma de salir indemnes de semejantes ataques. El Municipio sólo optó por colgar de los árboles almanaques lunares pero claro, falta la educación correspondiente en Astronomía a los pobres pájaros. Por cierto, son poco propensos a las clases nocturnas que se les ofrecen en ciertos establecimientos educacionales. Otra, no hay, desgraciadamente.

El gran secreto – Esteban Moscarda & Sergio Gaut vel Hartman



—Ya está —definió el escritor en su plenitud, en la totalidad que cabe en esa palabra—: cada texto propio es un engendro pergeñado por las manos de todos los autores que me gustan...
—¡Iluso! —exclamaron a coro Sturgeon y Sófocles; Rabelais, Lem y Salgari; Vonnegut, Dostoievski, Wells y Ursula K. LeGuin—. Todo lo que escribiste es el residuo torpe y deshilachado de lo que hubieras podido escribir si recordaras lo que tu mente y tu corazón urdieron en secreto y no lograron dar a luz. Los fantasmas no existen, criatura, tampoco los titiriteros, y mucho menos la inspiración.

Un fuerte olor a podrido 2 - Sergio Gaut vel Hartman & Miguel Dorelo


Es terrible no sentirse limpio, se dijo. Lo obsesionaban todas las cosas que podían convertirlo en un ser inmundo: las bacterias, las liendres,los nanoseres microscópicos que las compañías de alimento siembran en las viandas para controlar a las personas desde el comienzo de la liberalización productiva.Soy un descuidado montón de piezas indebidamente esterilizadas, casi cien kilos de materia contaminada; una criatura febril y sucia al mismo tiempo, no aguanto más los picores en el cuerpo, todos mis fluidos corporales sublevados, deslizándose por mi carne, empapándome hasta los huesos,esta repugnante sensación de estar inmerso en un gran tonel lleno de estiércol. Y sobre todo me resulta totalmente imposible soportar este fuerte olor a podrido que ya invade todos y cada uno de los rincones de mi féretro.
Yo pedí expresamente ser cremado. Y no me han hecho caso.

Un fuerte olor a podrido 3 – Sergio Gaut vel Hartman & Carlos Enrique Saldívar Rosas


Es terrible no sentirse limpio, se dijo. Lo obsesionaban todas las cosas que podían convertirlo en un ser inmundo: las bacterias, las liendres, los nanoseres microscópicos que las compañías de alimentos siembran en las viandas para controlar a las personas desde el comienzo de la liberalización productiva. Soy un descuidado montón de piezas indebidamente esterilizadas, casi cien kilos de materia contaminada; una criatura febril y sucia al mismo tiempo.
Comienzo a devorarme a mí mismo.
La purificación ha dado inicio.

¿Hay probabilidad de que una nimiedad provoque una catástrofe? – Guillermo Vidal


Una muralla de agua de novecientos kilómetros de largo y treinta de alto se acercaba a Atlan, como era usual en esta época, por fortuna disponían de un potente escudo de energía para protegerlos.—Querido, no uses el ventilador que está en corto —dijo y escuchó un click. Quedaron a oscuras en toda la ciudad y cayó el escudo en el mismo momento que la ola gigante tocaba la costa.

jueves, 21 de abril de 2011

Vista - Víctor Lorenzo Cinca


Suena el despertador. Abro los ojos e inesperadamente, no veo nada. Digo inesperadamente porque yo no soy ciego. O, por lo menos, no lo era hasta hoy.
Con un movimiento rutinario bien aprendido —que hago todos los días sin levantar siquiera los párpados— desconecto el despertador y me levanto de la cama. Me visto con alguna dificultad. De hecho, todavía ahora ignoro qué llevo puesto encima. Una camisa, sí, pero ¿cuál? ¿La de rayas azules? ¿La de cuadros amarillos y verdes? De todos modos, poco importa. Es evidente que no voy a salir en todo el día de casa. No me atrevo. A duras penas puedo moverme sin tropezar con los miles de obstáculos que han aparecido por arte de magia en los escasos sesenta metros cuadrados de mi piso.
Una vez en la cocina, tras la aventura de cruzar el pasillo a tientas, asumo que no voy a poder prepararme el café de todos los días, y me conformo con un trago de leche fría, directamente del cartón, acompañado de unas galletas. No necesito más: he perdido la visión, pero también el apetito.
Busco algo para matar el tiempo, y empiezo a descartar las opciones habituales. No puedo poner la televisión. Nada me molesta más que escuchar la voz de alguien y no poder ver su cara ni sus gestos. Supongo que por eso tampoco tengo radio. No puedo leer. Mi biblioteca se ha convertido de repente en un montón de papel inútil, si no lo era ya antes. No puedo llamar por teléfono a nadie para contarle lo que me ocurre porque no veo los nombres en la agenda. Además, no recuerdo dónde dejé el móvil ayer. Y aunque hace doce años que vivo en el mismo piso, ahora no consigo moverme con soltura en él. No puedo hacer nada.
Me acerco al ordenador encendido, siempre a punto, escribo estas líneas (por suerte estudié de joven mecanografía, y como puede comprobarse, con grandes resultados) y me vuelvo a la cama para intentar dormir.
A ver qué ocurre cuando despierte.

Tomado de Realidades para Lelos

Sobre el autor: Víctor Lorenzo Cinca

Oído - Víctor Lorenzo Cinca


Me despierto tarde, con la cara moteada por el sol que se cuela entre las rendijas de la persiana. Frotándome los ojos con el dorso de la mano —por lo que parece he recuperado la vista— miro el reloj de la mesita asombrado: las once menos cuarto. No entiendo por qué el despertador, que todavía mantiene el piloto de la alarma encendido, no ha sonado. Arrastro los pies desnudos hasta el lavabo y abro el grifo para mojarme la cara repetidas veces con agua fría y ver si eso me despeja. Mirándome en el espejo, ya más despierto, me da la impresión de no haber oído el ruido del chorro de agua contra el mármol, así que lo abro de nuevo y —como ya me había parecido— no se oye nada. Digo qué raro, pero tampoco se escuchan mis palabras. La prueba definitiva, un par de palmadas, silenciosas, me sacan de dudas.

Salgo a la calle y me cruzo con la vecina, que mueve sus labios incomprensiblemente mirándome a los ojos; buenos días, Carmen, a dar un paseo, le respondo, y ella se marcha con una sonrisa satisfecha, supongo que deseándome que me vaya bien. Se me acerca un joven desgarbado, con las manos en los bolsillos, y articula unas palabras que no percibo. No, lo siento, no fumo, le digo, y antes de irse hace una mueca con la boca en la que intuyo un gracias. Entro en el bar de la esquina y me pongo a experimentar con el camarero, arrojando mis frases —que tampoco puedo oír— cuando veo que sus labios dejan de moverse. Buenos días...una cerveza por favor...no gracias, no quiero copa, la beberé a morro...qué le debo...tenga, quédese el cambio...de nada hombre, a usted. Prueba superada. Me termino la cerveza en tres tragos y salgo a la calle sonriente a pasear entre el silencio.

Al anochecer, cierro la puerta de casa, cuelgo las llaves en la tachuela clavada en el marco y suspiro: ha sido una dura jornada. Tras comer en el restaurante, hacer la compra en el supermercado y reír como un tonto en el cine con el inesperado pase de El maquinista de la general, de Buster Keaton, me doy cuenta de que tampoco hablo con demasiada gente a lo largo del día; además, con los pocos que lo hago no tengo ningún problema para comunicarme, supongo que por lo previsibles que resultan nuestras conversaciones, calzadas una y otra vez, repetidas hasta la inexpresión. De todos modos, lo que realmente echo de menos no son esos diálogos mudos e insulsos sino el sonido de un claxon al cruzar la calle sin mirar, o los pájaros que se amontonan en los pocos árboles del paseo que todavía no han podado, o la vieja canción que silbaba aquel anciano sentado en el parque, o el arrítmico golpeo de mis dedos sobre este teclado en el que escribo estas líneas antes de meterme en la cama y asegurarme que la alarma, que deseo oír mañana, esté conectada.


Tomado de Realidades para Lelos

Sobre el autor: Víctor Lorenzo Cinca

Gusto - Víctor Lorenzo Cinca


Me despierta muy temprano el estridente sonido de la alarma. Por primera vez en la vida —y sin que sirva de precedente— me alegra oírla, así que la dejo sonar unos segundos antes de pararla. Doy una palmada para asegurarme y tras escuchar un sordo clap, compruebo con alivio que he recuperado el oído. Me levanto de la cama, enciendo la radio y mientras tarareo la canción de turno, me preparo un café.

Hojeando —por ponerle un verbo— el periódico en el portátil le doy el primer sorbo a la taza humeante, pero de tan caliente no noto el sabor. Mientras espero que se enfríe un poco, enciendo el cigarrillo sin el que soy incapaz de despertar y también lo encuentro insípido. Empiezo a sospechar. Destapo el azucarero, lleno una cucharilla y la vierto sobre la lengua. Nada. Cojo el salero y lo agito encima de la boca sin ningún resultado. No hay vuelta de hoja: he perdido el sentido del gusto.

Como tampoco me parece tan grave la pérdida, incluso intuyo sus ventajas, aprovecho para probar ese queso azul del aguinaldo que tanto asco me da, aunque no olvido taparme la nariz porque, afortunadamente, todavía tengo olfato. No está mal. Ni bien. Mastico después un par de guindillas. Insulsas. Exprimo un par de limones y me bebo el jugo de un sorbo sin hacer ninguna mueca. Después me aventuro a probar algunas cosas —que por escatológicas no voy a confesar— sin que mi paladar note ningún sabor. Tras estos experimentos, y con una sonrisa incrédula, me cepillo a conciencia los dientes y me dirijo a la oficina.

Terminada la jornada laboral, ficho y me dirijo a recoger a mi novia a su trabajo. Le doy un beso, que ella se encarga de alargar, antes de preguntarle qué tal el día. Mientras me responde que bien, como siempre, y me propone ir al cine, reparo en que tampoco noto en sus besos el sabor habitual. Me excuso diciéndole que estoy muy cansado, que mejor vayamos otro día, y tras acompañarla a su casa, regreso a la mía, me meto en la cama y acepto que la pérdida de ese sentido es más importante de lo que en un principio creía. Espero, por lo menos, dormir a gusto esta noche.


Tomado de Realidades para Lelos

Sobre el autor: Víctor Lorenzo Cinca

miércoles, 20 de abril de 2011

El zombi - Isabel María González, Gabriela Baade, Héctor Ranea, Fernando Puga, Ricardo Giorno, Jorge De Abreu, Marcos Zocaro & Sergio Gaut vel Hartman


El muerto salió del sepulcro, con los pies, el cuerpo y las manos aún vendadas. Miró a ambos lados y tras asegurarse de no ser visto, se encaminó al desierto. Era el único entre sus pares cuyas facciones eran perfectas. Podía pasar por actor. ¿Dónde encontraré alimento?, se preguntó con la angustia en sus ojos de recién nacido. Se adentró aún más en el desierto y ahí reconoció a la serpiente.
—¡Tanto tiempo, noble señor! —dijo la serpiente, sibilante—. ¿Vuelvo a tentarte?
—¿Tentarme? —preguntó mirándola con sus ojos huecos—. Nada me tienta ahora. Salvo… —Se quedó pensativo.
—¿Salvo? —lo apuró el reptil, con sus ojos inyectados en sangre.
Una sonrisa se dibujó en el rostro del resucitado. —Salvo que decidamos asociarnos y fundar una nueva religión.
—¡Hecho! —exclamó la serpiente—. Lo único que lamento es no poder sellar nuestro pacto con un apretón de manos.


Error fatal – Sergio Gaut vel Hartman


El sacerdote le había dicho a los niños que las plegarias los librarían de todo mal, pero no tuvo en cuenta que sus faltas de ortografía, a la larga, resultarían fatales. Cuando se produjo el terremoto de nueve grados en la escala de Richter, estaba enseñando el catesismo, y en lugar de ahuyentar la catástrofe, la llamó a voz en cuello. El techo de la iglesia cayó sobre las cabezas de los cuarenta y nueve inocentes y ni siquiera el representante de Dios en la Tierra pudo salvarse.

Sergio Gaut vel Hartman

Código secreto - Daniel Frini


Temprano en la mañana, el enemigo descifró nuestros códigos. Lo supimos cuando Colina Cuatro desapareció quemada por el napalm. Quedamos aislados de nuestro comando y en posesión de información valiosísima: las coordenadas del Headquarter enemigo. La idea fue de Sánchez. Su compadre, Zapata, estaba en el Puesto Catorce, a media altura de la Colina Ocho. Sanchez sabía que el otro lo estaría mirando con sus prismáticos. Levantó apenas la cabeza y tiró un beso; luego cerró ambos ojos, hizo una mueca con su boca hacia la izquierda y guiñó su ojo derecho. El centro de comando enemigo desapareció bajo un impacto directo siete minutos después. Qué grandes los compadres, por eso nunca nadie les pudo ganar al truco.

Sobre el autor: Daniel Frini

Una de gigantes – Héctor Ranea


—Cosas vederes, Sancho, que non crederes.
—¿A qué se refiere esta vuelta, Don Quijano?
—¡Al gigante Fukushima, hombre! ¿Acaso no lee los diarios?
—¡Otra vez con los gigantes? ¿No escarmentó usted?
—Este es peor que los gigantes que tú llamas molinos. Al menos, aquesos revoleaban sus brazos para atacar y defenderse. Este posee –dicen– armas más poderosas que mi casco de Mambrino.
—¡Pues sí que desvaría, hombre! ¿De qué habla?
—Radiactividad llaman a su fuerza. Al parecer una radiación invencible. Diz que se tira un cuesco y nos morimos todos, vea.
—Pues espéreme a que termine este cocido madrileño y ya va a ver ese Fukushima y sus pedos de gigante. ¡Esperen a Sancho Panza, esperen! ¡Aquestas sí son radiaciones, o irradiaciones, mortales!

Diálogo imposible sobre Poe - René Avilés Fabila


Con admiración para  Sergio Gaut vel Hartman

Borges: “La muerte y la locura fueron los símbolos de que ése (Poe) se valió para comunicar su horror de la vida; en sus libros tuvo que simular que vivir es hermoso y que lo atroz es la destrucción de la vida, por obra de la muerte y de la locura”.*
MK: Hoy tendría que visitar a un psiquiatra.
Borges: “Sin la neurosis, el alcohol, la pobreza, la soledad irreparable, no existiría la obra de Poe. Esto creó un mundo imaginario para eludir un mundo real; el mundo que soñó perduraría, el otro es casi un sueño.”**
MK: Insisto, quien redactó esa literatura, como Kafka la suya, requería de tratamiento profesional.
RAF: Estoy de acuerdo, Borges, no así con usted, María: Si Poe se hubiera sometido a tratamiento psicológico, sus días habrían concluido escribiendo Mujercitas de Louise M. Alcott.

***Las palabras de Jorge Luis Borges aparecieron en La Nación,  Buenos Aires, 1949.

René Avilés Fabila

El don - Sebastián Chilano


Lo que menos me gustaba de ella eran sus uñas. Las tenía puntiagudas. Perfectas. Y cada vez que respiraba le crecían un centímetro. O dos, dependiendo de cuán profundo fuera el estertor. Ella pulía sus uñas, y cada vez que lo hacía, se representaba en ellas todo una escena. A veces un presagio. A veces una tragedia. El mundo entraba en el reflejo de sus uñas. Y mi vida también. Mi hermana tenía trece años y mis padres nunca le habían cortado las uñas. De todas partes venían a mirarlas. Las uñas mágicas. Pasen y vean. Algunos se iban contentos. Otros tristes. Algunos lloraban. Otros, de rabia, querían pintárselas. Una noche soñé con tijeras. Soné que alguien le cortaba las uñas mientras ella dormía. Me desperté con la tijera en la mano. Alrededor, y por toda la cama, estaban sus uñas muertas. Ella me miraba. No lloraba. Estaba feliz.

Sebastián Chilano

Homenaje literario - Vladimir Koultyguin


La semana son cinco días: el lunes lunático, el martes de guerra declarada desde el alrededor sonámbulo, el miércoles mensajero de planes y propuestas, el jueves colérico, el viernes que trae nupcias de descanso. Los sábado y domingo son un solo día sin fin, día de cuatrocientos años, un mahayuga* interminable y un universo desde el nacimiento hasta la derrota.

*Literalmente, gran edad. Es el agregado de cuatro yugas o edades y consta de 4.320.000 años solares.