lunes, 25 de abril de 2011

El último tango en Centauri – Guillermo Vidal


Canta el tango como ninguna…
Conoció a Malena, no era su nombre verdadero, cuando de la mano de una vitrola y un disco de pasta (un recuerdo de tiempos ya pasados que un colono consiguió rescatar), a treinta y siete billones de kilómetros de la tierra, renació el tango.
Hizo una explosión febril entre los Centauri. Malena cantaba: “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con su piel y con su voz”, como si la hubieran compuesto pensando en ella; su color era rojizo y voz soterrada producto del humo volcanes y el alcohol de la atmosfera.
La obsesión siguió al descubrimiento por la historia, las letras y los compositores. Desengaño al descubrir lo poco que sabían los colonos. Malena solo se le acercó porque era terrestre, no era fácil llegar a la tierra y él era su mejor chance. De inmediato lo bautizó Gardé y lo obligó a bailar en las clases de tango. Ella podía realizar todos los cortes, quebradas y firuletes que quisiera, tenía tres pares de piernas, largas y agiles como todos los centauri.
El viaje fue en un carguero miserable, hacinados como ratas mutan y una pompa de aire para los dos que debía aguantar hasta el final. Ahorraron oxigeno a costa de sufrir embotamiento, alucinaciones y dolores de todo tipo, pero llegaron; quedarse anclados en Marte, que no era Paris, no era opción.
Bajo las aguas quedaron los recuerdos… y mas allá la inundación.
Cuanto más quiso alejarse del pasado mas se hundía en él, su pobre madre muriendo, sus ojos se cerraron de pena por la nostalgia de la tierra perdida; después Homero Manzi y le pera, Cadícamo, discépolo, Gardel, Julio sosa y Libertad Lamarque y un bandoneón, que para él era más extraño que cualquier alien, hicieron llorar a las estrellas con sus canciones tristes y a todo el pasaje mientras duró la travesía. Nostalgias de un ayer que ya murió, y que jamás habían vivido, era lo que los Centauri adoraban.
Ya en la tierra se embarcaron para la Vieja Baires, ahora por completo bajo las aguas. Gardé nació en los islotes, lo poco que todavía emergía de las aguas; partió de niño cuando las inundaciones y se sentía lejanamente emparentado con los fantasmas que todavía residían allí.
Fue encomiable el esfuerzo que hizo Malena para asimilarse a sus sueños forjados en el aire turbio de los callejones Centauri, algunas cirugías, un vestido breve, con un tajo en el costado y una peluca rubia de kanekalon no la ayudaban mucho a juzgar por las miradas de los terrestres, pero nadie se atrevió a rechazar a una turista Centauri, gastaban mucho en souvenirs y viejas partituras, todo de antigüedad dudosa.
Sin un respiro bajaron hasta los domos donde yacían los restos de la antigua ciudad directo a un cafetín reconstruido (llamado los Angelitos) que atrapaba como peces a los turistas; todo carísimo, por lo que se limitó a pedir un vaso de agua. Malena solicitó ir al baño, algo que solo usaban las gentes de la tierra y no volvió. La vieron alejarse en las aguas aleonadas por un callejón sin final. No podía seguirla, ella era anfibia y además no valdría la pena, se quedaría aferrada a un farol buscando la esquina del herrero, el barro, la vereda y el zanjón, sin comprender que nada de eso existía, o tal vez aferrándose a un sueño como un naufrago a una tabla.
Ya nunca alumbraras con las estrellas, musitó Gardé y se dio cuenta que estaba repitiendo a Malena con sus delirios de tango.
“Mi viejo Baires cuando yo te vuelva a ver,
en el fondo de aquel rio, de mi lejana tierra querida,
ya no habrá pena, ni olvido,
y ni el espacio, ni el frio nos volverá a separar”
Llamó al mozo y pidió un café que le costó lo que le quedaba para el pasaje de vuelta.

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