domingo, 17 de abril de 2011

San Pablo - Daniel Quintero


Con esa forma sabida de la muerte entro en sus ojos para que todo su destino sea distraerse en mi, en la mueca de niño que intenta salvarse de que la noche no le llene de perdigones el corazón.
La música nos recorre y yo me eximo de la última fuga donde perdí mujer, casa, auto, perro, peine y algunos kilos. Claro que a ella eso no le importa, de todas formas me acepta como estoy.
Nuestros ojos mantienen la misma excusa mientras sus manos se atreven a devolverle a mi cuerpo las sensaciones que salí a buscar después de cenar solo.
Sus caricias sirven para sentir, al menos, que la parte pagana de la noche me va tratando bien, casi oponiéndose a todos los pronosticadores que están esperando que me vuele la tapa de la ausencia.
Pero voy en contra de todas las estimaciones, amparado por esta mujer, que sin saberlo, no para de salvarme.
Ahora le hablo pausado para que me sepa el idioma de mentir, porque con el otro lenguaje ya le dije que la quiero.
Ella acepta mis palabras por respeto, cuando hablamos nos mentimos mutuamente. Sólo son ciertas las miradas y las manos convalidan nuestro pacto.
Me recorre las insignias al tiempo que suspira.
En alguna marca de guerra, que creí borrada, detiene las yemas de todos sus dedos y casi por una compasión que ella se esfuerza en ocultar, me cierra la muerte con un beso.
Yo en tanto le respiro el pelo trenzado que trajo de Brasil al tiempo que humedece mi oreja con su lengua.
Con cuidado de no espantarle la inocencia voy recorriendo el vestido que toma forma con su cuerpo, y con la responsabilidad de sentir el baile de su corazón, apoyo mi palma izquierda en esa música.
Una cantidad de información, que no logro separar de la idea de quedarme con la sensación exquisita y primera, empieza a ingresar por mis terminales nerviosas en recorrido hacia el cerebro. Automáticamente tengo la certeza de que aun el alcohol y el cigarrillo y esta soledad que me tomo en adopción, no han podido con mi estimulo.
Entre el verde sin catalogar del hilo de su vestido, me llegan temblores aceptables para un corazón de las casi 6 de la mañana; corazón que se debate entre este pacto inaugurado y nuestros miedos.
Por nuestras bocas queda algo de una diminuta distancia, y como aprovechamiento las posibilidades del azar dejan que se filtren las luces del amanecer que se vienen devorando todo y todo en nosotros también es devorado.


Cabaret TROPICANA
Ushuaia, agosto 1994

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