Todos estos eventos de zombi de la última semana me hacen acordar a un colectivero que manejaba el 18 en la antigua ciudad de La Plata. Cuando íbamos llegando a Estación Ringuelet después de la medianoche, sacaba la escoba y se ponía a barrer el bondi con tanto ímpetu que le sacaba viruta al acero. A él esas virutas se le incrustaban aún candentes en los ojos y con los hongos dejados por los pasajeros durante el día se fumaba. Pero: ¿quién manejaba el vehículo durante esas cuadras que el chofer abandonaba el volante y nos llenaba de horror a los pasajeros? Algunos vimos sombras al volante, otros nada. Más de una vez amanecimos en una zanja bastante estroladitos, con sangre en la napia y algún hueso magullado. Los doctores no podían entender por qué nos faltaba el cerebro casi siempre. Todo anduvo bien hasta que se cansaron de hacernos transplantes por izquierda, haciéndolo pasar por abortos espontáneos, pues los inspectores de la obra social sospechaban de masculinos que tuvieran tanto rechazo fetal. Esto es algo que nunca había contado porque recién ahora entró etapa de prescripción el delito de perjurio de los médicos que nos sacaban a la calle con cerebros nuevecitos.
Todo bien con ellos, no se vayan a creer que les guardo rencor. El problema fue que cuando tuve que rendir mecánica racional tomo dos estaba transplantado con el cerebro de una psicoanalista lacaniana, encima a Lacan todavía no lo entendía nadie, se darán ustedes cuenta a qué me refiero. Por supuesto que el bochazo fue, ¡uf!, extremo. Da miedo sólo pensar las consecuencias que tuve que sufrir por ello. Pero ése es motivo de otro cuento.
Increible...¡quiero un cerebro así! para escribir, digo...
ResponderEliminarNo se vaya a creer El Titán... no es bueno ser lacaniana en un cuerpo de científico... ¡Pero gracias igualmente!
ResponderEliminarDebe ser lo mismo que un poeta en el cuerpo de un milico, no?
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