martes, 22 de marzo de 2011
El hijo de Colón - Fernando Puga
Con la mirada perdida, Diego espera sentado frente al mar.
Dice su padre que La Tierra es redonda y que una de las maneras de comprobarlo es que cuando un barco se acerca lo primero que vemos es la punta del mástil asomando en la distancia. Luego lentamente se completa su figura de arriba hacia abajo. Lo último que se ve es la quilla y la mar hamacándola.
Diego necesita pruebas; es difícil creer en su padre. Vio los gestos que hacen los chicos del pueblo cuando lo ven pasar. Murmuran. Dicen que está loco. Y lo que es peor: Que se opone a los sabios del monasterio y cuestiona las creencias de la gente al dudar de las sagradas escrituras. Ya hay quienes quisieran verlo muerto.
Mientras otea el horizonte con el catalejo que le obsequió su padre al cumplir diez años, su mente se debate entre la ciencia que podrá ser y el mito que es. Entre un mundo de preguntas y descubrimientos y otro de verdades reveladas que dan cuenta de todo. Entre la inquietud y la cómoda certeza.
Columpiándose pausadamente, Diego rumia su malhumor en la placita que está frente a su casa en el barrio de Mataderos. Su padre acaba de castigarlo por algo que él no hizo y además no era para tanto. No se fue de casa sin permiso, él avisó. Lo que pasa es que su padre nunca escucha.
La modorra que lo envuelve entre los árboles a la hora del crepúsculo dispara sus pensamientos en otras direcciones y sin darse cuenta se apacigua su espíritu rebelde. Balancea un poco más la hamaca para sentir el aire sobre el rostro y el vértigo del vaivén. El viento aprovecha para llevarse la desazón. Diego mira el cielo y las nubes rosadas de la tarde lo transportan a otros tiempos, otras vidas, otros hombres, y se olvida por un rato de su padre.
Nuevamente se halla sentado frente al mar de plata que lo separa de Las Indias, como afirma don Cristóbal cuando habla sobre la redondez del planeta, o del infierno habitado por tortugas gigantes, dragones y quimeras; esas bestias fantásticas que sostienen la Tierra plana como un plato, desde que el mundo es mundo, como dicen los sabios del pueblo. Nuevamente a la expectativa… Queriendo abrir el horizonte con los ojos.
A lo lejos se empieza a dibujar el extremo del palo mayor de un viejo bergantín.
Fernando Puga
Ilustración: Tres (detalle) Marco Maiulini. http://www.flickr.com/photos/marcomaiulini
Todos los derechos reservados. Reproducido por gentileza del autor.
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