miércoles, 30 de marzo de 2011
La mano – Esteban Moscarda
La mano apareció. Simplemente, de la nada. Estaba oscuro, el fondo de mi casa se confundía con un cielo del color de la brea y parecía como si el mundo se hubiese borrado, como si yo viviera en la inexistencia. En ese marco apareció. Era una mano común, piel tersa, cinco dedos. Vino volando desde el fondo negro que, ante la aparición del miembro, se aclaró un poco, demostrándome que el mundo era real y que yo no me había vuelto loco. Aterrizó a unos metros delante de mí y se quedo quieta, como un cachorro que espera una orden. La observe unos minutos mientras todo a mi alrededor recuperaba aún más el color de la realidad. Y entonces me asaltó un pensamiento: ¿Qué hora era? No recordaba esta parte del día, si momentos antes estaba durmiendo o desayunando. Es más, recordé que mi casa no tiene un fondo boscoso como aquel (ahora que se había aclarado más todavía podía divisar un bosque muy raro, muy colorido, que se recortaba tras un cielo crepuscular). Mi casa no tiene fondo. Vivo en un departamento en Manhattan. Y allí, en ese momento de lucidez, la mano se abalanza sobre mí y me pega un cachetazo. Quedo atontado y tardo en darme cuenta que ahora la mano se cierra y lo que veo es un puño directo hacia la cara. Me tira sobre el césped, que es rojo. Son llamas. Se incendia la casa. La mano continua golpeándome, cada vez con más fuerza, y yo, por una extraña razón, me pongo a reír. Entiendo la situación y, entonces, la mano deja de golpearme y me pellizca. Despierto.
—Tony, soy yo: ya se me ocurrió el personaje que nos faltaba para Los Locos Adams…
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¡Qué bueno!
ResponderEliminar¿El cielo de color de brea no será un pozo de los que abrió Ranea en su cuento y que se propagó hacia éste?
Un abrazo, Esteban.
Puede ser: todo puede pasar en Hollywood CA.
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