Clemente celebró que hubiera varios asientos libres; estaba cansado y viajar de pie hubiera sido una tortura. Eligió uno que le permitía contemplar los pechos de una mujer, visión facilitada por un escote más que generoso. Sin embargo, su mirada voraz, sostenida durante varios minutos, no le permitió capturar la atención de la fémina. No importa, se dijo Clemente; si me la levantara no sabría qué hacer. Quiero llegar a mi casa, sacarme los zapatos, darme una ducha, mirar la tele. Aunque quedó un poco desalentado por el fracaso, decidió dedicarse a borrar los mensajes entrantes y salientes de su teléfono móvil, que se habían acumulado más allá de toda lógica. Prefirió no borrarlos en bloque, lo que lo llevó a toparse con uno, muy extraño, de remitente desconocido, que le proponía encontrarse ese mismo día, martes 22 de diciembre de 2012, a las 11:38. Miró el reloj: 11:27. Echó un vistazo a la fecha en la que el remitente desconocido había enviado el mensaje: 01/01/01. ¡Absurdo! ¡Ridículo! No obstante, sin espectacularidad, once minutos más tarde la realidad se dio por concluida.
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