miércoles, 23 de marzo de 2011

Aguada - Olga Appiani de Linares


Hay un cierto desgano en esta lluvia / que cae como quien hace a disgusto / su trabajo... / A pesar de todo / se abre el verde a su conjuro. / Parece como si el gris de arriba destiñera / sobre el otro, impasible, del cemento. / Con indiferencia adolescente / dos pájaros destrenzan su romance / sobre la aridez de las antenas, / sobre los techos solos... / Sus alas destellan contra el cielo / como una luz oscura... / En tanto, el trueno se derrumba / con estrépito de murga / aplastando el vacío de la calle. / Una ordenada procesión de jaulas / eleva su horizontal ausencia / (No veo las miradas que, acaso, / tras otros vidrios / las mías me regresan). / Cae el granizo implacable / de las horas. / A Buenos Aires / también lo empapa / la tristeza... /


Tomado del blog de Olga Appiani de Linares
http://olgalinares.blogspot.com/


Olga Appiani de Linares

No lo haga en su casa - Guillermo Vidal


Odiaba su vida y no sabía qué hacer con ella. Mirando una película se le ocurrió que podía sufrir un accidente y perder la memoria por completo. A diferencia del personaje, él no quería recobrar su identidad; anhelaba por sobre todo una vida nueva. Así fue que organizó, tal como en el filme, un choque en el puente y la caída al agua. Recuperó la conciencia en el hospital y se llevó una gran decepción. Recordaba todo. Además de estar mal herido y con un dolor insoportable, a los cinco minutos de despertar, se murió. Su último pensamiento fue para la película en la que se había inspirado: “la historia de mi vida, no puedo confiar en nadie”.


Guillermo Vidal

Se acabó la ilusión - Luisa Hurtado González


Desde que tengo turno de noche no coincidimos en casa. Hace años que no nos vemos, pero nunca me preocupé por nuestra relación. Nos hemos comunicado siempre: mensajes, cartas, regalos, sorpresas. Recuerdo haber seguido un rastro de papelitos por la casa y meterme en la cama solo, pero feliz. Me acuerdo de nuestras peleas, de nuestras reconciliaciones y también, del modo en que ella ha luchado siempre para que no cayésemos en la rutina.
Sin embargo, desde hace un tiempo, sus notas son informativas, telegráficas, sosas, frías y lo que es peor, están escritas siempre con la misma letra.

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

martes, 22 de marzo de 2011

La Muerte y yo – Esteban Moscarda


Era tan hermosa que ya el preludio de su aroma presagiaba tormentas de hormonas y de suspiros. Era tan perfecta que hacía que el tiempo se estancase en un charco de placer. La primera vez que la vi fue en un bar del centro. Yo estaba almorzando solo, con calor, molesto por el peso del traje y la urgencia de la hora. Ella entró y todo devino en sensaciones agradables: el mundo refrescó, el traje perdió gramos y el tiempo copió la velocidad de un caracol. Le hablé. Me habló (su discurso agarró cada una de mis neuronas y las reinventó). Fuimos a mi casa (sí, falté al trabajo y ni siquiera llamé para avisar), hicimos el amor (literalmente, nuestro acto sexual le dio entidad al concepto que los mortales llaman amor) y el nirvana estacionó su auto en el centro de mi alma.
Pero luego del sueño, del suave sueño que siguió a toda aquella locura, algo no anduvo bien. Tuve miedo. La miré. Su cara perfecta, su cuerpo indescriptible y sus ojos de abismos fragantes me sorprendieron: solo la Muerte podía ser tan bella.
—¿Eres “ella"? —pregunté, entre atontado y miedoso.
—Sí, ¿vamos? —me respondió con el tono de una flauta celestial.
Y allí, en ese momento, en la banalidad de mi cuarto, toda sensación de duda o de temor se esfumó ante su sonrisa dorada y los pétalos de su piel. Me tomó de la mano y me llevó hacia su mundo, que es un cuarto como el mío pero que está un poquito más allá, tras los muros de la vida. Es como acá (digo, como allá); en vez de tinta uso cenizas para escribir y en vez de estar solo tengo la eternidad con mi Muerte personal, el ser más bello de toda la existencia…


Esteban Moscarda

Ilustración: Dos (detalle) Marco Maiulini. http://www.flickr.com/photos/marcomaiulini Todos los derechos reservados.
Reproducido por gentileza del autor.

Corazón – Claudia Sánchez


Estaba arreglándose el pelo frente al espejo del baño.
Una radio sonaba en la habitación de al lado. "Yo no sé lo que me pasa cuando estoy con vos, me hipnotiza tu sonrisa, me desarma tu mirada, y de mí no que ...da nada, me derrito como un hielo al sol…"
De pronto los recuerdos inundaron su mente y sus ojos. Esa vieja estrofa escuchada en el contestador telefónico de su departamento de soltera, cuando llegaba de un día de trabajo agotador, le renovaba la alegría de vivir. Sin querer, hacía una retrospectiva de cuánto había pasado en tanto tiempo. De cómo había cambiado su vida ése que se comportaba como adolescente para conquistarla.
"Yo no soy tu prisionero y no tengo alma de robot, pero hay algo en tu carita que me gusta, que me gusta y se llevó mi corazón, se llevó mi corazón, se llevó mi corazón, se llevó mi corazón."
La música se detuvo, al igual que ella frente al espejo. Fue entonces cuando lo comprendió. Sin pensarlo, tomó la hojita de afeitar que aún conservaba de su difunto marido y empezó a destruir la prueba del delito. Comenzó a tajear su rostro, centímetro por centímetro. Nadie más moriría por su culpa. Nadie más.

Claudia Sánchez

Ilustración: Tres (detalle)
Marco Maiulini.http://www.flickr.com/photos/marcomaiulini Todos los derechos reservados.
Reproducido por gentileza del autor.

Súplica - Guillermo Vidal


—No sé como pueda ayudarlo, soy doctor en ciencias políticas, especializado en materialismo dialectico, no soy creyente y no tengo nada que ver con la religión —dijo el doctor.—Permítame que le explique —dijo con ansiedad el varón atildado, sentado tieso y sin apoyarse en el respaldo— sucede que si me envían una cadena de oración con el encargo de hacer tres mil copias las hago, o cuando se corre la voz de una aparición, sea en Salta o en Corea allí voy. Tengo estampitas que llenan dos habitaciones hasta el techo y el presupuesto en velas está empezando a pesar demasiado en mi economía. No me alcanza el día para tanta advocación, además que siempre inventan alguna nueva. ¿Usted me entiende?, no puedo resistir al imaginar un santo o espíritu allí por los cielos sin nadie que lo reclame, solo esperando un miserable pedido. No tengo vida, ¡No aguanto más, por favor doctor hágame ateo!

La caracola - Daniel Frini


El mar estaba tranquilo, el sol de marzo apenas tibio, la arena limpia y solitaria y soplaba un suave viento del este.
Vi la caracola ―una strombus gigas— desde unos treinta metros. Era hermosa y una buena decoración para nuestra casita de verano. La levanté y, como hago desde niño, la llevé a mi oído para escuchar el mar. Me llegó la cadencia de olas antiguas y lejanas. Pero esta vez había algo más: un murmullo apagado que sólo logré descifrar cuando tapé mi otro oído. Una voz humana
―¡Sollievo! ¡Aiuti! —decía. Y agregaba palabras que no pude entender.
La llevé y se la mostré a mi esposa, que se sonrió descreída; pero luego abrió grande sus ojos, atónita.
―¡Sollievo! ¡Aiuti! —oía, con más claridad en la casa silenciosa; pero aún sin entender el resto.
Y allá está, en una repisa de nuestra casita. Mensaje de algún italiano náufrago desde hace quién sabe cuántos años, esperando un rescate que nunca llegará porque no entendemos qué dice, además de pedir socorro y ayuda.
―¡Sollievo! ¡Aiuti!
A veces, cuando la noche es silenciosa, lo escuchamos desde nuestra cama con cierto fastidio que alguna vez fue impotencia.
Hemos pensado en deshacernos de la caracola.

Daniel Frini

Ilustración: Dos (detalle) Marco Maiulini. http://www.flickr.com/photos/marcomaiulini
Todos los derechos reservados.
Reproducido por gentileza del autor.