sábado, 2 de abril de 2011

El otro – María del Pilar Jorge


El anciano entretenía sus ocios hablándole a su imagen reflejada en el espejo. Por fin, cansado de no obtener respuesta alguna, le dio la espalda a ese otro octogenario que parecía contemplarlo con enojo y se alejó. Recién cuando el eco de los pasos del viejo murió en el pasillo, el extraño que existía del otro lado del espejo comenzó a contestarle.

Zapatos – Daniel Frini


Dejó las pantuflas de bajar ascensores y se calzó las chinelas de transitar lobbies. En la puerta las cambió por mocasines de caminar veredas. Llegó a la esquina, se puso botas para saltar charcos y bajó a la calle. En la senda peatonal las reemplazó por sandalias de cruzar calzadas. Absorto en sus cosas, no prestó atención a la bocina de romper oídos y lo atropelló un auto que circulaba sobre ruedas de cansar ciudades.

Sobre el autor: Daniel Frini 

Las delicias de la simetría – Sergio Gaut vel Hartman


La corriente eléctrica se cortó en el instante preciso del asesinato. Luciano había empuñado el arma homicida y no vacilaría en disparar contra Elizabeta, la madre de Julia, una bruja que rezumaba odio hacia todo el mundo, y especialmente hacia él. Carlos maldijo por lo bajo; deseaba que Luciano consumara el acto como una especie de reivindicación simétrica, metáfora de la situación que vivía con su propia suegra, Samantha, la madre de Alma, su esposa adorada, una víctima indiscutible de la vieja arpía. Si no se hubiera cortado la luz, si Luciano hubiera podido disparar… —¡Querido yerno! —dijo Samantha desde algún punto indeterminado de la sala—. A la ocasión la pintan calva, ¿verdad? Pero en la realidad, a diferencia de la ficción, los malos podemos ganar. El disparo sonó antes de que Carlos pudiera articular una respuesta.

viernes, 1 de abril de 2011

La casa de al lado - Giselle Aronson


Hace más de treinta años, la hija de mi vecino Don Armando, se casó y se mudó al cuartito del fondo de la casa paterna con su marido.
De a poco, fueron construyendo su pequeño hogar sobre el techo de la casa del viejo que permitía una planta alta cumplida y espaciosa.
Cocina, baño y una habitación bastaron para la estrenada parejita durante tres años, hasta que llegó la primogénita y entonces volvieron las palas, los picos, los baldes para alzar una habitación más y un pequeño comedor. Suerte que, tres años más tarde, nacería otra niña y así la instalarían en el mismo cuarto. Eso sí, ya se hacía indispensable una escalera exterior por la que entrar a la planta alta; cuatro personas eran demasiado para atravesar la casa del abuelo. Don Armando envejecía y, a veces, se mostraba molesto cuando su paz senil era interrumpida.
Dos plantas y escalera, la casa de al lado ya era otra.
No mucho tiempo transcurrió hasta que el tercer hijo, esta vez varón, apareciera para completar la familia. Otro ambiente se agregaría, el niño necesitaba su propio espacio, como era lógico. Aprovechando el impulso, sumaron un tercer piso que oficiaba de terraza. Sin embargo, mirándola con objetividad, la casa no era más que una acumulación de injertos y agregados edilicios al ritmo de la planificación familiar.
Pasaron los años y, un día, mi vecino Don Armando murió. Luto mediante, la casa de al lado volvió a sufrir su ya periódica mutación de albañilería, pero esta vez algo más drástica. Sólo las paredes perimetrales fueron respetadas. La gran reestructuración unificó todos los ambientes y dejó como resultado una planta baja completamente modificada, con una cocina comedor, toilette, cochera para auto, consultorio para la hija mayor que ya promediaba la carrera universitaria. En el segundo piso se conservaron las tres habitaciones de siempre, redecoradas con las nuevas tendencias de diseño y con sus infaltables vestidores. El baño fue ampliado para albergar el jacuzzi. En la parte superior, la terraza sumó un glamoroso patio de invierno vidriado en su totalidad.
Los tres hijos crecieron, la prosperidad de la familia se hacía evidente. Cada varios meses, el desfile de albañiles retomaba su tarea: se agregó una pileta en el jardín, una entrada techada al costado para el auto del menor -que ya conducía—, pintura e iluminación nuevas y renovación de todos los pisos, más las baldosas de la vereda.
El tiempo hizo que los hijos un día partieran a formar sus propias vidas. La pareja de vecinos quedó con todo el caserón vacío. Sin dejarse acobardar por el retiro, convirtieron a la planta baja en un local de ropa que ambos atendían. Tuvieron mucho éxito: al año compraron la casa lindera y armaron una galería con una decena de salones de varios rubros comerciales. Sumaron pisos a la galería y, aprovechando la muerte de otro vecino, compraron el inmueble a los deudos.
Lo que era la casa de al lado se transformó en un pequeño mall de locales comerciales y cocheras, coquetamente dispuesto. La dinámica del barrio ha ido mutando del sosiego de la siesta al ir y venir de transeúntes, clientes y autos a toda hora, días hábiles y fines de semana.
Esta mañana, cuando salía para mi trabajo, la vecina tocó timbre y me preguntó si, a mi regreso, podía conversar un minuto conmigo.

Disco rayado - Luisa Hurtado González


Todavía, de vez en cuando, se echaban en falta. Todavía uno de los dos, él o ella, cogía el teléfono y llamaba al otro: “¿quedamos?”.
Algunos días más tarde, acudían a la cita nerviosos como flanes y, mientras él pensaba que ella era preciosa, ella se decía que era encantador. Se sentaban entonces y comentaban los proyectos que tenían en mente, lo que esperaban de la vida, los viajes que querían hacer o la familia que querían formar. Dejaban que la emoción devorase sus palabras, que el tiempo se parase en el brillo de sus ojos y en las caricias que dibujaban sus manos..
Después hablaban del presente, de cómo el trabajo y la rutina minaban sus deseos, del modo en que el silencio les separaba y el deseo empezaba a apaciguarse. Descubrían entonces, nadie sabía exactamente cuando, que sus manos ya no se tocaban y sus miradas habían empezado a evitarse.
Más tarde, cada uno haciéndose fuerte en un lado de la mesa que ocupaban, volvían a encontrarse para enfrentarse, para echarle en cara al otro que las promesas hechas nunca habían sido más que palabras, que cada uno de ellos por separado había luchado por su unión con más ahínco que nadie, que nunca fueron ni amigos ni amantes, que lo suyo había sido sólo una pérdida de tiempo, una mentira, una broma absurda y un engaño.
En ese momento pedían la cuenta, pagaban por separado y después salían a la calle tan solos como habían llegado, cada uno por su lado hasta el siguiente asalto.

Tomado del blog Microrrelatos al por mayor

En tu noche - Sergio Astorga


Tú estás montada en tu noche. No habrá que acomodar la almohada para buscar con tus manos en la oscuridad ese nombre de hombre que sabe a almizcle. Eras plena, no había sitio para otro cuerpo. Sabes que te quedaron noches por delante. Tu cintura habla de ti y de lo que resguardas. Sabes que ya no hay porcelana en tu vientre y sólo el arrebato de la llama abierta queda. De tus pantorrillas ya huyen los ojos de bohemia. Llevas contigo el triángulo de tu paraíso: tu nombre, voz e impericia.
No te lo repitas. Tienes una flor sin usar. Una mentira nueva y un espacio en tu armario para colgar el arraigo. Sí, repítelo, no eres vieja, te sobran lunas y espinas para cubrir con tus guantes negros. Tu piel esta curtida, no lo olvides. Y tu amor está en trozos de manzana, en romance con las orillas del otoño.
Duermes sin ayuda y sales a la calle deseando volver a casa. Sí, reconoces el sonido de tu risa, de tu cabello enredándose en el cuento de mañana. Si ese tiempo pudiese volver tu carne se cubriría de apatía. ¿Sabes qué te esperaría si el viaje que quieres resbalara en tus labios?
No habrá palabras que te salven. Nada sabes de la tibieza. ¿Recuerdas que tu niña la dejaste emboscada en otro estanque? No todo es tuyo, ni tu forma, ni el banquete, ni la música de los metales. Este moverte tan dueña no basta para que los peces llenen el estanque. Tu furia es la antorcha que te mantiene untada a la vida. No lo olvides, el cuerpo rígido en tu cama es el manso sueño que te asiste. No volverán los ladrones y tus ruidos cotidianos inventarán otra polilla. Ya tienes la noche tibia y no son estériles tus memorias.
¿Te provoca ser mujer otra vez?


Tomado del blog Antojos

Quién sabe - Arantza Ruiz de Mendarozqueta


Miré el reloj. Eran las once de la mañana; o de la noche, quién sabe. El reloj podría andar mal. Hice una apuesta: Yo digo que son de la mañana, ¿y tú? De la noche. Creo haberme despertado por una pesadilla… Bien, si tengo razón, gano una doble taza de té con leche. Si tú ganas, podrás ver todos los partidos de fútbol que quieras sin que yo te cambie de canal, ¿de acuerdo? De acuerdo. Miré por la ventana. De igual modo iba a ganar la apuesta ya que, después de todo, yo era uno solo. El cielo estaba nublado, un poco oscuro, un poco claro. De repente, todo ennegreció. Lentamente se volvió a ver un poco de luz. Mis ojos se entrecerraban. Aún tenía sueño. Sin darle importancia a la apuesta, volví a mi cama y me acosté nuevamente. Pensé que tal vez mis ojos me engañaban por el cansancio; o tal vez no, quién sabe. Tal vez mis ojos veían perfecto pero el mundo había cambiado de un día para otro y ahora el día y la noche se entremezclaban. No lo sé. Simplemente me acosté, y después vería.