sábado, 12 de febrero de 2011

Terciopelo pétreo magenta - Gilda Manso


“Su pasividad no era la de un héroe en retiro sino la de un cataclismo en reposo” (Gabriel García Márquez).

El crimen había ocurrido hacía ya un tiempo, y cuando él entró en la cárcel, se le antojó un infierno excesivo. Si tenía razón o si se trataba de un castigo justo, nunca se sabrá; nadie estuvo en su piel, e ignoramos cuál fue el crimen.
Siempre supo que la cárcel, en la mayoría de los casos, se encargaba de agrandar y perpetuar lo corrupto, lo podrido dentro de cada recluso. Sólo una afortunada y pequeñísima minoría salía de allí con ganas de ser algo mejor, con confianza en el mundo, en nuevas oportunidades y, principalmente, en la propia capacidad para cambiar. Y él, que no tenía nada mejor por hacer, se propuso formar parte de esa minoría. Claro que nunca dependemos totalmente de nosotros; la influencia externa es constante e interminable, y si resulta difícil que una persona dueña de su libertad se mantenga firme en su meta como si el resto del mundo y sus propias metas no pusieran piedras en el camino, más difícil le resulta a una persona cuyo horizonte más lejano es una pared con un guardia armado.
Una tarde, luego de recibir una golpiza tremenda, él se dio cuenta de que ni siquiera su cuerpo le pertenecía. Presos y carceleros tenían acceso a su cuerpo, y él pensó, con tristeza peligrosa, que toda batalla estaba perdida. Mientras descansaba en su catre y trataba de idear un método para salvar no ya su futuro sino su vida inmediata, un pensamiento lo llevó a otro y recordó, de golpe, un cuento que le contaba su abuela en un pasado –hasta el momento- inalcanzable. El cuento decía que había un hombre condenado a muerte, y había un rey que podía salvarlo con sólo una orden. El pueblo pedía piedad, y el rey, firme, decidió enviar un rápido y conciso mensaje al verdugo: “Perdonar es imposible, que se cumpla la condena”. Pero el mensajero, que quería salvar al hombre condenado a muerte, tuvo la temeraria osadía de modificar el mensaje; cuando el mensajero le entregó al verdugo la carta del rey, ésta decía: “Perdonar, es imposible que se cumpla la condena”. Y el condenado salvó su vida gracias a una coma.
Nuestro preso tuvo, entonces, una revelación: sí había una parte suya que podía proteger. Y si la protegía bien, si creaba murallas a su alrededor, su futuro no estaba perdido. Nuestro preso pidió libros, y pidió lápices y papeles. Se lo concedieron, porque qué gran peligro podía suponer un lápiz y un papel. Lo vigilaron, claro, no fuera a ser que el preso utilizara aquello para enviar mensajes subversivos a otras celdas, pero no. Él pasaba su tiempo leyendo como quien se alimenta, y escribiendo como quien respira luego de haber pasado mucho tiempo con la cabeza bajo el agua. Escribía cuentos y poemas, y estaba demasiado ocupado para crear problemas.
Un día, un carcelero más sagaz que los demás descubrió en los cuentos y en los poemas un latido de libertad. El carcelero pensó –se enteró- que ese preso no era como los demás, y eso no era bueno. El carcelero ordenó quitar libros, lápices y papeles y, por las dudas, moler a golpes a la oveja negra.
Pero nuestro preso sabía algo que el carcelero ignoraba: para quien escribe de verdad, para quien domina las palabras de verdad, lápiz y papel son accesorios; claro que hubiera dado su brazo torpe a cambio de recuperarlos, pero entendía que se trataba de una guerra. Y a esta altura, la muralla ya estaba creada; nuestro preso tenía una colección de palabras más resistentes que el acero, y mientras algunos presos rezaban el Padrenuestro, él murmuraba terciopelo pétreo magenta frondoso ocaso temple leonino salero duna claroscuro catalán laberinto golondrina cobijo escarabajo fantoche jabalina guinda valkiria bronce sombra mazorca nativo chimenea liturgia, y lo hacía una y otra vez, en voz baja, en casi silencio, sin parar, con constancia, como quien coloca ladrillos, invoca a los dioses o planea una revolución.

Ilustración: M15 (detalle) Marco Maiulini. http://www.flickr.com/photos/marcomaiulini Todos los derechos reservados. Reproducido por gentileza del autor.

2 comentarios:

  1. guau, que pedazo de cuento, Gilda, muy bueno...

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno. Un placer poder seguir leyendo ahora que se terminaron las letras impresas.

    ResponderEliminar