sábado, 12 de febrero de 2011

Chef sin apuro – Sergio Gaut vel Hartman, Gabriela Baade, Héctor Ranea


Tiburcio Álvarez acicalaba la versión final de su arenga de presentación al concurso de Chef del Colegio de Sociólogos. Debía captar el nivel de esfuerzo que requería este colectivo social, analizar el menú con perspectiva sociológica y desmenuzar sus componentes para que los ayudantes pudieran interpretarlo y cocinarlo.
Consideraba los cambios en las costumbres alimentarias, por supuesto, esos nuevos platillos con especímenes únicos a los que los sociólogos se habían hecho adictos no le resultaban particularmente gratos de cocinar. Pero la vida obliga y no iba a hacer asco a nada, para eso había hecho su juramento Epicúreo y no lo iba a violar a la primera oportunidad.
Comenzaría con algunas frases algo extrañas: “Tenemos una serie de inutilidades a las que dedicar mínimo esfuerzo para no perder de vista el objetivo último de nuestras vidas: el último. Pero no digo esto para ponerme solemne ni gastronómico, sino al contrario, prefiero ser pragmático. Y ese pragmatismo, implica apuntalar en todo lo que esté al alcance de nuestras humildes manos de cocineros y cocineras: la necesidad de comer, de comer bien, con una variedad que puedan envidiar nuestros hermanos de Sagdeg o los cocineros kalmukos que nos trajeron sus delicatessen clonadas.
»Dos manos parecen pocas para cocinar todo lo que uno quisiera, pero me comprometo a cumplir esta misión con altivo pecho, mirada penetrante que permita ver más allá de la superficie de las comidas y, por sobre todas las cosas, usar esta cabeza que ha sido eficientemente transplantada, porque para qué querría una mano más si apenas puedo controlar mis dos naturales. Querer no lo es todo, estimados y estimadas colegas: la superficialidad nos invade y permea, por lo que, bien meados, nos quedamos en la orilla del conocimiento, incapaces de sumirnos en él. Cuando intentemos profundizar, si no estamos bien dotados, nos ahogaremos… a menos que tengamos la capacidad de respirar lo irrespirable. Una disyuntiva existencial que se podría sintetizar en tres puntos: objetivos, técnica y ánimo.
»Ustedes, nuestros patrones sociólogos galácticos, que vienen de GNM, de Sagdeg, de las colonias de Titán, sin mencionar los que aún habitan nuestra hermosa Tierra, por fin han podido expresar toda su fuente de razón y justicia”.
En este punto Tiburcio planeaba detenerse y esperar una tanda de aplausos o, al menos, una tanda de avisos de comidas sugeridas para el día en el restaurante.
El resto del discurso tenía que pensarlo, y también armar los platillos que esta coyuntura de la historia le ofrecía para satisfacer a un público tan culto como interesado en las tendencias generadas a partir de la pacífica invasión alienígena de los últimos tiempos.
Todas las inutilidades de otrora, como los repuestos de tranvía, acumuladas por siglos, estaban adquiriendo nuevos horizontes comerciales y sociales, ya que proporcionaban interesantes puntos de vista a los profesionales del análisis del comportamiento de la sociedad, y de las sociedades en función de su cultura. ¿Por qué no la alta cocina, entonces?
El plato de moda, desplazando al cogote de dragón de Torio 2 y al moco avícola de Poseidón 233, era por entonces el salteado de testículos de piojo, que cuesta la friolera de 5000 créditos el hectogramo. Sólo los sociólogos de mayor renta pro capite pueden afrontar semejante gasto, pero lo piden insistentemente. Tiburcio los sorprendería con los racimos de testículos de piojo apenas remojados en agua tibia y bañados en vinagre de cebollas kirguisas acompañadas de pochoclo de ojos de bagre condimentados con puré de baba de tiburón macho mutante de Titán en cama de gallifíes picantes (una especie de salsifí de las Islas Coronarias, en la Nueva República de Malta), con ensalada demi glace de medusas crudas.
Necesitaré personal confiable —reflexionó Tiburcio, imbuido de la mejor filosofía de cocina intergaláctica—, para que recorran los confines del universo en busca del mercado que venda testículos de piojos cuidadosamente inspeccionados para no confundirlos con huevos de piojo, similares en tamaño.
Así que continuó preparando su arenga, fiel al estilo que lo caracterizaba. “No sé si allá, por esas galaxias con las que nos hemos conectado, conocerán las criadillas de piojo y los piojos resucitados. Para hacerla corta, las criadillas de piojo son alimento campero. Si bien se consiguen en todos lados, en el campo las cocinan con gran lucimiento de la paisanada. Constituye un acontecimiento el momento en que se cortan los testículos y luego se asan en grandes parrillas que albergan hasta dos trillones de testículos. Ningún piojo sufre durante la ablación, ya que no se conocen notas de protesta de la SIAP (sociedad interagaláctica de piojos). Además, les vuelven a crecer, así que carecen de la adrenalina característica de otros sacrificios, por lo que podrían servir para alimentación de seres que no comen cosas vivas.
»Un plato más elaborado, que tuvo su cuarto de hora, es el caviar de piojo: este alimento sólo puede ser pagado por sociólogos millonarios, al contrario de las criadillas. Aunque usan similar materia prima, la preparación es más elaborada. Se perfuma las huevas con puffes de Cambria, una especie de menta con miel y golosinas de sésamo, y el ingrediente esencial: un champán andorrano, imposiblemente caro, tanto que ya casi nadie se atreve a pedir este plato.
»Los piojos resucitados son otra cosa. Pero cuidado: la mayoría de las veces nos los venden por resucitados pero en realidad son piojos zombi-bumerang que nos chupan la sangre y vuelven al dueño, un conde avaricioso cuando de sangre se trata, sospecho”.
Aquí Tiburcio se detuvo de nuevo y volvió a reflexionar. Con los piojos resucitados garantizados con faja de seguridad podría hacer la diferencia y ganar el concurso. Provienen del maridaje de materias fecales de campesino y citadina mezcladas en las cloacas antes de verterse al cauce del antiguo río. Atacan a los piojosos y les inoculan la venganza del no nacido para después volver a las cloacas que los cobijan. Ahí los tiene que atrapar el cazador recolector.
Los piojos resucitados siempre huelen a su estirpe y ese aroma hace al puffing mandatorio. Como alternativa al esperma zeumático, en forma de oro u otra sustancia no acuosa, se suele aconsejar un batido de plumas de axolotl. Quita los olores poco propensos a la excitación de los espíritus de los sociólogos.
¿Pero cómo hago, concluyó el cocinero, para expresar esto último sin herir la sensibilidad y las pituitarias de estos exquisitos y refinados especialistas?
¿Y si me cago en las formas, discurseo sobra las bondades de la carne bovina y los agasajo con un buen asado? Sería genial ganar el concurso con algo tan… noble.

Ilustración: M9 (detalle) Marco Maiulini. http://www.flickr.com/photos/marcomaiulini Todos los derechos reservados. Reproducido por gentileza del autor.

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