domingo, 6 de febrero de 2011

Cataclismo cósmico – Sergio Gaut vel Hartman


—¿Usted es solvente?
—No, aguarrás.
—¿A ras de qué?
—Del suelo, del queso.
—¿De qué queso?
—Del que suelo comer, Gorgonzola…
Huberto Matías Gorgonzola había escuchado fascinado a los dos lunáticos que mantenían la conversación en el aire, como si un potente chorro de viento impulsara hacia arriba a una concurrencia de pompas de jabón y no las dejara caer nunca. Pero la mención de su apellido lo motivó a participar.
—Perdón —dijo.
Los orates lo contemplaron sin interés y se dispusieron a seguir con su cháchara. Ese fue el momento elegido por el asteroide HVG-2039-G para chocar contra el final de esta microficción.
—Si esto no fuera una microficción —dijo Ferrucchio Patroccelli, uno de los chiflados— estaríamos hechos pelusa. Menos mal que sólo afecto el final.
—Lo que chocó con nuestro texto fue un micrometeorito —refutó Alfonso Mínimo Jaime, el otro trastornado—. Y el escritor, aquí presente, habrá pensado un final adecuado.
—¿Yo? No soy escritor, yo soy farero —dijo Huberto.
—Alfarero —corrigió Ferrucchio.
—Escritor —dijo Alfonso.
Huberto miró desolado al delirante. Eso sí que era un desatino.
—No, escritor no —se obstinó Huberto—, ya le dije que se equivoca.
—Algo por el estilo —insistió Alfonso.
—No, en absoluto. ¿De dónde sacó eso?
—¿Y qué hace en esta microficción?
—Lo mismo que ustedes, soy un personaje.
—Entonces es cierto. —Ferrucchio sacó un traje de astronauta del placard y calzó piernas y brazos en él.
—¿Qué hace? —dijeron al unísono Huberto y Alfonso.
—Me preparo. ¿Ya se olvidaron que esta microficción no tiene final? Cuando lleguemos a ese punto nos aguarda el vacío absoluto, la nada. —Ferrucchio cerró el traje y se calzó el casco.
—¿Y nosotros?
—No sé. El señor ha dicho que es farero o alfarero, no me acuerdo. Usted es escribano, algo muy cercano a escritor. Piensen una salida. Aunque en definitiva, el único que tiene cómo sobrevivir soy yo.
—Se equivoca —dijo Huberto—. El escritor puede encontrar una salida elegante para que nosotros también sobrevivamos.
—¿Ese? ¡Por favor! Ese no sabe cómo salvarse a sí mismo; mire si va a dedicar una neurona a pensar en cómo salvarlos a ustedes.
—¿No le puede pedir que agregue otros dos trajes como el suyo?
—Pídanselo ustedes. Pero apúrense, que el final se precipita.
Huberto y Alfonso miraron hacia arriba, implorantes y así seguían cuando el cuento, sin final, dejó de existir.

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