miércoles, 20 de julio de 2011

Eternidad azarosa - Gabriela Baade


La fila de mortales aguardaba con paciencia la decisión del juicio final. Mientras tanto, portones dorados adentro… 
—Dale, Dios —Pedro movía, nervioso, el llavero. 
—Pará, Pedrito —el cubilete tronaba—. ¿Cómo vamos? 
—Y, cada vez suben más. Nos atrasamos. Ya van por nube ocho. 
Dios seguía agitando el cubilete con una mano y con la otra repasaba una lista. 
—Bueno, Pedro. Tachame la doble y que los cien primeros vayan al infierno.

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