jueves, 14 de julio de 2011

La cola – Héctor Ranea


La señora estaba diciendo, justo cuando me sumé a la cola
–Esto lo hacen a propósito, para generar malestar. Yo lo viví. ¿O se creen que viví todo este tiempo en la heladera?
Claro; la cola era algo excesiva y al calor del verano sin sombra más que la de algunas chauchas de un árbol exótico, no se estaba muy cómodo. Me saqué el sombrero y en la pelada del señor que estaba detrás de mí me acomodé el pelo. Él se dio cuenta y me pidió perdón porque ya tenía eritema de tanto Sol, pero le comenté que no me preocupaba el color de mi pelo, que total conocía de memoria.
–Claro –me dijo – a ustedes no les importa andar con el pelo rojo.
–¿Cómo dice? ¿Cómo que rojo?
–Vaya y compruébelo por usted mismo –asintió desde adelante una mujer con tono cómplice con el pelado.
Como ya había escuchado algunas conversaciones extrañas, me encogí de hombros y les dije algo como que lo miraba luego en el auto. No iba a perder mi lugar en la cola con ese truco avieso. A lo cual ellos sólo respondieron mirándome en dirección al pelo con ojos bastante desorbitados.
¿Qué conversaciones me habrían hecho dudar? Bueno, enumero algunas. Sea por ejemplo aquélla de la señorita de ojos color ojo de perro siberiano con la de la señorita mayor en conjunto de Ban-Lon, a saber:
–Yo tengo que ir a trabajar, así que espero que ese jubilado por fin se muera. Si los del banco tienen un catre para los que mueren en las colas. ¡Que lo usen!
Sea por ejemplo la de una señora de atrás que no identifiqué, a saber: –Ahora dicen que van a entrar los cacos a asaltar estas colas. Están controladas por los del Gobierno, ¿saben? Y entonces eso que recaudan de mala manera, lo usan después para la campaña. ¿O se creen que viví al pedo dentro de una heladera, yo?
Mientras tanto, la cola avanzaba; poco, pero avanzaba y un niño se acercó con una cesta vendiendo queso y embutidos. Todas decían (el pelado callaba):
–Esto es dañino para la salud, nene. Salí de acá.
Cuando en realidad, todos querían comerse un poco de esos quesos. Quise comprarle un embutido con jamón y grasa fina, pero justo me tocó el turno de pagar mis cuentas. Como todo el tiempo había estado mirando los significados numéricos de los sueños, le pregunté al chaparrito que me cobraba qué podía jugarle a la cola, al queso y al niño.
–Mire. Acá se juega en serio. No se tome a la joda los números de los sueños porque además de cobrarle sus cuentas deberé cobrarle una tasa de risa extra. No está permitido reír, acá. ¿No ve que lo filmamos?
En efecto: debí pagar triplicada la tasa retributiva de la risa. Le jugué al 47, el muerto. Le jugué también al 972, que creí que era el culo. Pero no. No salió. La risa no tiene número, aparentemente.
Salí de la cola y no va que se murió el de la pelada. Pensé, para mis adentros:
–¡Qué suerte que tienen algunos!
De más está decir que no salió el 972 y cuando pasé a cobrar por el muerto, al día siguiente, el chaparrito me dijo:
–¡No, muñeco! Al muerto se lo llevaron ayer a la tarde. Con el calor que hacía, si te lo guardaba jedía. Andá a comer otra cosa, pelandrún y pintate el pelo de otro color que se te nota demasiado que sos de la nonagésima séptima invasión marciana. ¡Fracasado! –me espetó.

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