jueves, 28 de julio de 2011

El almuerzo – Gabriela Baade


Inés preparaba las comidas en secuencia. Lunes: pascualina, asado al horno y ensalada de frutas. Martes: tomate relleno, milanesas con puré y duraznos en almíbar. Y así cada día de la semana tenía una entrada, un plato principal y un postre (manías de fina que tenía).
Si alguno de sus hijos no comía algo de la lista estipulada significaba que no tenía hambre, ella no admitía otro tipo de explicación y, hasta que no se lo comiera, no podía pasar al plato siguiente.
Se sucedieron diferentes situaciones de hambruna. Mientras los otros hermanos, en la misma mesa, tomaban la leche, el que “no tenía hambre” se devoraba lo del almuerzo casi desfalleciendo, con tanto asco que después ni podía comer las tostadas por las cuáles había cedido a la inmundicia.
Un lunes, como plato de entrada llegó la pascualina de acelga.
—No me gusta —dijo Mateo, aún sabiendo que después venía el asado al horno con papas doradas.
—Entonces —dijo Inés con la voz impostada—, no tenés hambre —y sirvió otra porción en el plato de Facundo.
Mateo tenía hambre, y comía un pedacito mínimo de pascualina seguidos de unos tragos de agua. Osvaldo, el padre, se hartó y puso, ante el estupor de los chicos, la porción de pascualina adentro del vaso de agua. Los pedacitos verdes de acelga flotaban entre las migas deshechas masa mojada. Una asquerosidad. Los pibes temblaron, pensando que Mateo se iba a tener que comer eso. Bueno, no lo comió. Tampoco comió nada hasta la noche claro, si no tenía hambre. El primer plato de la cena, pascualina de acelga.
Otro día llegaron del colegio corriendo, pensando en las milanesas, pero toda la casa estaba inundada de olor a caca, los chicos muertos de hambre. Les sirvieron lo del olor a caca en un plato: coliflor.
—No me gusta —dijo Facundo
—¿Cómo sabés si nunca lo probaste? —Inés revoleaba la cuchara y miguitas de coliflor salpicaron el mantel.
—Tiene olor a caca —Facundo se tapó la nariz.
—Probalo, si no lo comés es porque no tenés hambre —concluyó sui mamá.
Facundo y sus hermanos ya sabían como seguía la historia.
Rojo de bronca, asco y humillación, se comió toda la coliflor en un segundo.
Todos lo miraban, sus hermanos también lo miraban, ellos iban a tener que comerla.
En un instante de gloria, Facundo vomitó la coliflor en el plato. La crema blanca se acomodó perfecta, sin rebalsar, sin que una sola gota del vómito coliflorero manchara la mesa.
Todos quedaron petrificados, sus hermanos no se animaron a reír.
—Te dije que no me gustaba —dijo orgulloso Facundo.
Nadie pudo comer coliflor. Inés furiosa no pudo decir nada.
Por supuesto, Facundo tuvo que tragar muchas otras cosas durante su vida, pero esa es otra historia.

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