martes, 5 de julio de 2011

La sonrisa del atardecer – Esteban Moscarda


Y la nave hecha de vidrio y humos narcóticos navegaba por los mares del sueño. Las formas que asumía el agua asustaban a los marinos como los monstruos del Occidente que tanto aterraban a los antiguos. Pero nada era real y el capitán lo sabía. Sin embargo, el más cobarde de los tripulantes, un joven que dormía por primera vez, amenazaba con zozobrar la misión. Y es que si se despertaba no podían llegar a las costas del más allá del sueño, a la América del luego. El capitán, entonces y ante un ataque de pánico del nombrado, sacó su sable de sándalo y lo asesinó allí mismo, sin mirarlo. Un cadáver onírico es el viento ideal que necesitamos, piensa mientras el atardecer le sonríe con playas verdes, con tierra real a pocas leguas de allí.

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