miércoles, 20 de julio de 2011

Derivando - Claudia Cortalezzi


Vhalklan se había vuelto asustadizo, cuidadoso. Sólo le preocupaba sobrevivir hasta el rescate. Quería irse de la Tierra, terminar su existencia entre euduviatas. Aunque del remoto tiempo y espacio en que había quedado su mundo, no lograba traer al presente ni un solo recuerdo.
Recluido en una cueva —lejos de los repugnantes humanos—, Vhalklan llevaba incubadas trescientas veinte crías por lustro, una a una, durante cuatro lustros.
Aquella tarea era su única razón de vida. Ya no le importaba la venganza que sus crías debían consumar en la Tierra. Él sabía que la humanidad sucumbiría de todos modos.
Igual temía. Temía que una de sus crías, al nacer, rasgase demasiado el capullo. “Sin capullo, no más crías ni Vhalklan”, le había advertido su amo euduviata antes de depositarlo en la Tierra.
Y, cada noche, desde que dormía, él soñaba que el capullo se pudría, que… Ni se atrevía a pensar en las imágenes oníricas. Maldecía a los terrícolas por contagiarle el hábito del descanso.
Pero, en las mañanas, al ver el capullo intacto, respiraba tranquilo.
Vhalklan presiente, sabe que el letargo se ha prolongado.
Ese hedor…
La nueva cría desovando, se dice. Derivando en su sucesora.
Y abre los ojos.
El capullo ha crecido enormemente. Se despliega ante Vhalklan un interior cálido, acogedor, seguro.
Despacio, él introduce la cabeza, el pequeño cuerpo.
Y, antes de que el capullo se cierre, ve a la cría recién nacida, cuidándolo.
Ha llegado el reemplazo, piensa. Y se deja envolver.

2 comentarios: