domingo, 23 de enero de 2011

Niña esdrújula - Gilda Manso


Si las etapas de la vida se pueden dividir en pasado, presente y futuro, y al hecho de darle importancia a determinada cosa le llamamos “poner el acento en”, se puede decir que Kika era una niña esdrújula. Para mayor precisión: Kika vivía en el pasado. Lejos estaba ella de sufrir los problemas de sus amigas; Mariana cargaba sobre sus pequeños hombros la tangible gravedad de un presente abrumador, mientras que Lucía vivía agudizando la percepción para ver si así lograba adivinar el futuro. Claro que Kika tenía sus propios dramas. Eran dramas que ya no existían. Ya habían sido. Kika sufría pensando en el momento en que su mamá la dejara en la puerta del jardín de infantes, y no se daba cuenta de que ya estaba en tercer grado. Kika sentía terror cada vez que debía pasar por la puerta de la casa de Doña Matilde, porque el perro de Doña Matilde –que había muerto de viejo hacía un par de años- podía morderla. La vida de Kika consistía en repetir una y otra vez dolores reales pero inexistentes, por extraño que eso parezca. Una madrugada, Kika puso el acento con trazo grueso. Corrió a la cama de su mamá y le dijo: “Dale, mamá, despertate. Voy a nacer”. El acento, esa vez, se asemejó a un prometedor punto final.

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