sábado, 15 de enero de 2011

Sin aviso clasificado – Sergio Gaut vel Hartman


Una mirada al reloj le informó que Saramago estaba por llegar. Luchó contra su timidez, se arregló la corbata y bebió un sorbo de café; estaba frío. La atmósfera cargada del bar no contribuía a moderar su ansiedad. No permitas que los nervios te devoren, Plácido Augusto Jaime, se dijo. Tienes todo lo que el escritor aprecia y valora: sensatez, mesura, puntualidad, honorabilidad. O por lo menos eso es lo que Plácido consideraba que Saramago tendría en cuenta a la hora de elegirlo.
El escritor entró al bar como cualquier persona, saludó en general a los parroquianos y se sentó frente a Plácido haciendo gala de cierto descaro, lo que en vista del motivo del encuentro no debe llamarnos demasiado la atención.
—¿Sabe nadar, andar en bicicleta, manejar una Uzi? —preguntó Saramago.
Plácido se sorprendió un poco, pero estaba preparado para algo así. —Afirmativo, en los dos primeros casos. Puedo aprender a manejar la Uzi. ¿Qué es? ¿Una topadora? ¿Una cuatro por cuatro?
—No –respondió Saramago con el ceño fruncido—. Es un subfusil. Y no es algo que se pueda aprender a manejar en dos días. Y como quiero empezar a escribir mi novela de inmediato... lo siento, no me sirve. Buscaré a otro para que encarne a Plácido Augusto Jaime. —Se levantó sin mirar al descartado y arrojó un par de billetes arrugados sobre la mesa—. Invito yo –dijo, y se marchó.

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