jueves, 27 de enero de 2011

Adicciones – Esteban Moscarda


Soy adicto a la música. No puedo evitarlo. El problema es que mi vida se ha convertido en un infierno por culpa de ella. He llegado al punto de no retorno. Todo comenzó hace dos años. Trabajaba en una oficina, haciendo tareas administrativas, aburridas tareas administrativas. Para hacer llevadera la jornada, y como mi trato con la gente era mínimo, comencé a usar en el laburo un MP3 de 64 gigas donde estaba almacenada toda la música que tenía. Era increíble. Había allí desde Reggae hasta música culta, pasando por rock progresivo, hindú, electrónica, tango y jazz, entre otros. Era feliz. El mundo de los papeles y los horarios se hacía líquido mientras mis oídos y mi alma estuviesen bajo la manta sónica que me envolvía siempre. Pero pronto me di cuenta que la necesidad de escuchar constantemente música también la sentía en casa. Así que en mi hogar, hiciese lo que hiciese, tenía que estar enchufado al MP3, mis oídos absorbiendo las notas del ecléctico repertorio, todo el santo día. Si por alguna razón se desconectaba el aparato, caso de que se agotase la batería, la realidad se tornaba insufrible, como el síndrome de abstinencia de un adicto a la heroína. Como sospecharán, pronto perdí amigos y familiares y, finalmente, el trabajo. Pero ahora es peor. Hará unos días me di cuenta de algo que era previsible y que, una vez comprobado, una vez que las sospechas se hicieron certezas, constituyó el peor suceso que me podía pasar en la vida: me estaba quedando sordo. Este es el final. Ya no aguanto más: creo que me suicidaré con música, tal vez con algo minimalista o con una cruda guitarra rockera…

No hay comentarios:

Publicar un comentario