viernes, 1 de julio de 2011

El Templo – Héctor Ranea



El hombre flaco se apeó del carricoche y preguntó al panadero, el único despierto en el pueblo, por la dirección buscada. Éste hubo de salir para indicarle cómo llegar, porque el tortuoso andar de las calles hacía difícil una explicación en abstracto.
Según el panadero, el hombre debería seguir a pie, ya que el vehículo no podría pasar por algunos de los someros vínculos entre calles de calibre diminuto. Éste no se preocupó a pesar de que comenzaba ya a llover. Tomó del carro un paraguas y un impermeable, mientras el panadero volvía a sus menesteres, encendió una pipa de boca de calamar y comenzó su peregrinaje. El templo que buscaba no estaba lejos sino más bien casi escondido en una ciudadela complicada.
En diez minutos sabría si tendrían solución sus tribulaciones. Todos esos mensajes que le llegaban sin ton ni son desde lugares remotos podrían ser descifrados; todas esas cuestiones que voces anónimas le planteaban como verdades o mentiras serían descubiertas; todo el panorama que cada hora le cambiaba tanto su horizonte como sus metas, casi hasta dejarlo sin dormir, acuciándolo con pedidos de opinión y lecturas indeseadas, cobraría sentido: lo sabía.
Sólo perdió unos segundos de más para acariciar al gato negro que estaba a la entrada del templo pero cuando entró, una luz intensa le dio la certeza de que estaba en el lugar correcto, que todo en su vida volvería a estar bajo el control de quien nunca debió salir.
El hombre entró en el Templo de Nuestra Señora de los Blogues y supo que todo estaría bien. Lo que nunca pudo saber fue qué lo mató, pues eso fue el virus letal instalado en el vertedero del agua bendita por el gato negro, que se relamió complacido porque, una vez reformateado como Belcebú, podría quedarse con el automóvil del incauto y volver a atraer a otros como él a estos templos de supuesta salvación eterna.

2 comentarios:

  1. Gracias por aclararme el asunto, ahora sè quien fue el asesino de mi rìgido, "el gato negro". No sè si felicitar al autor o a Belcebù. Muy bueno.

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