miércoles, 24 de noviembre de 2010

Tan hombre - Alejandra D’Atri


¿Cómo hago?, se preguntó Estela. ¿Cómo hago para ocultar el moretón que se me desparrama debajo del ojo?
Y bueno, la trompada de la mañana vaya y pase. Pero, cuando volviese Joaquín, ella ya sabría cómo evitar la trompada de la tarde: por estúpida que fuese, Estelita había concebido un plan.
Pegó un vistazo alrededor, esa pieza rasposa. Qué ironía. Toda su vida esperando la fiesta, el vestido, el anillo de matrimonio. ¿Y para qué? ¿Para tener vergüenza de salir a la calle?
Pero las cosas no iban a quedar así, no podían quedar así. Ya le enseñaría ella a tratar a las mujeres. La plancha ya debía estar a punto.
Viernes, Joaquín. Hoy es viernes. Llegarás a las ocho.
Estela se acercó a la puerta de calle y la cerró con doble vuelta. Y dejó la llave en la cerradura.
Tus pesados pasos se detendrán del otro lado, en el umbral. Y no podrás entrar así nomás. Tendrás que hacer lo que tanto te enfurece: tendrás que tocar el timbre, me llamarás a voz en cuello, darás puñetazos contra la puerta… Pero será inútil: yo no saldré a tu encuentro. Entonces patearás la puerta, volverás a llamarme, a putearme de arriba a abajo. Y esta vez la pelotuda —pelotuda que quizá también sea cornuda, dicho sea de paso— no acudirá al llamado del amo, no señor. Buscarás un cigarrillo en tu bolsillo derecho y te quedarás esperando. Te sacarás la campera —por hacer algo, nomás—, la tirarás al piso, volverás a gritar abrí pedazo de yegua de mierda y la reputa madre que te parió. Pero yo no saldré a tu encuentro. En cambio, te estaré esperando detrás de la puerta, con esta plancha para bifes en la mano, como la empuño ahora y la levanto antes de abrirte, la plancha bien calentita después de una hora de hornalla, en seco.
Primero, repuesto de la sorpresa —no todos los días la puerta de calle se abre sola—, asomarás la punta de tu bota, cauteloso —Buenos Aires está terrible, ¿no?—. Después pronunciarás mi nombre en voz baja —yo, bien detrás de la puerta como en las películas, ni bola—, extenderás un brazo tanteando el interruptor de la luz. Tratarás de empujar la puerta bien abierta para darte paso, no te explicarás por qué no cede. Y cuando te vuelvas hacia mí… te voy a estampar la plancha caliente en medio de tu linda carita, de tu carita de mierda de machista inmundo, mirá. Y entonces vamos a ver quién es el más maricón de los dos. Porque yo no sabré aguantar tus “fuertes caricias”, pero vos… no creo que puedas resistir la mía, y encima si te la encajo de canto. No sólo te quedará hecha bosta esa carita de ángel por el machucón: el hierro al rojo vivo no perdona a los carilindos.

Abro. Ya estás —ya estoy— a punto.
—¡ESTELA! —la voz del bruto llega hasta ella como un latigazo—. Estela, y la puta madre, dónde carajo te metiste, pelotuda. ¡ESTELA!
—Acá, querido, acá estoy. Justo me agarraste de camino a la cocina. Pensaba hacerte unos bifecitos, mi amor.
No hay caso, se dice Estela. Cada vez que lo veo, tan hombre, este tipo me puede.

Alejandra D'Atri

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