martes, 16 de noviembre de 2010

Ciento cuarenta y siete segundos cuatro décimas para el impacto - Miguel Dorelo


El objetivo estaba ya muy cerca. Solo 120 kilómetros y la tarea podría darse por cumplida.
A una velocidad constante de 900 km/hora unos ocho minutos más para que aquello para lo que había sido preparado diera por fin sus frutos.
Parecía mentira: cuatrocientos ochenta segundos, casi nada o una eternidad, según de que lado se lo viviese. Por lo menos en estas circunstancias.
No había forma de fallar.
Pasaron otros dos minutos o treinta kilómetros más cerca del objetivo Aparentemente todo estaba en orden.

Alguien, allá en el Comando Central, había decidido que ese pequeño pueblo debía ser destruido. No por crueldad, de ninguna manera; lamentablemente el líder de la revuelta y algunos de sus principales colaboradores se encontrarían por unas cuantas horas exactamente en el centro del poblado, de paso hacia su bunker principal. Todos sabían que de poder llegar y refugiarse allí, en medio de las montañas y con varias vías de escape a su disposición, les sería muy difícil poder acabar con él.
—Una oportunidad única —habían informado desde la Central de Inteligencia.

Otros noventa segundos, ya casi pasando la línea sin regreso luego de la cual ya no podría abortarse la misión. La torre de la iglesia principal del poblado a esa altura ya podía verse a simple vista gracias a la limpidez del cielo, más diáfano que de costumbre aunque no necesario para el cumplimiento de la misión ya que el sistema de guiado podía prescindir de la luz solar.
Había que recurrir a lo mejor, tratar de minimizar los riesgos de fracaso.
Y es ahí cuando decidieron recurrir a mí, pensó no exento de cierto orgullo.
Había sido especialmente preparado para este tipo de misiones.

Pero, de repente algo pasó, su mente se llenó de imágenes sin comprender de donde podían proceder. Cuerpos humanos destrozados o carbonizados por la explosión de la pequeña cabeza nuclear que habían decidido adecuada para el seguro éxito del ataque.
Dos mil ciento veintisiete habitantes, más de la mitad mujeres e infantes: daños colaterales, según el alto comando.
Y luego imaginó a esos hombres y mujeres llenos de vida yendo a trabajar, criando a sus hijos, haciendo el amor.
Se suponía que no debería tener ese tipo de remilgos, mucho menos cargos de conciencia. Había sido condicionado adecuadamente como una perfecta y letal arma de combate.
Lo que terminó por inclinar la balanza hacia su decisión fueron los niños: inocentes sin necesidad de plazo alguno para demostrar lo contrario.
Tal vez… pensó antes de precipitarse a tierra cuando aún restaban varios kilómetros para su meta final.

Ciento cuarenta y siete segundos cuatro décimas para el impacto, marcaron los instrumentos en la base cuando todo terminó.
La oportunidad única ya había pasado. El comando debería reconsiderar todo lo actuado hasta la fecha, el método había fallado.

El informe final llegó varias semanas después, justo al día siguiente en que el otrora líder revolucionario cerrara un acuerdo secreto con el gobierno y asegurara de por vida su buen pasar, el de sus hijos y de sus nietos.
—Luego de exhaustivos estudios hemos llegado a una conclusión, señor presidente —leyó el jefe del equipo científico —aconsejamos dejar de lado todo el proyecto y desmantelar de inmediato toda la línea de misiles GM-0709. Dotarlos de inteligencia ha sido un error, sus circuitos positrónicos auto-generaron algo que aún no hemos podido discernir. La mitad de mi equipo habla de conciencia y los restantes se inclinan por la palabra alma. De todas maneras esto fue lo que causó la falla y no hay manera de solucionarlo. Los riesgos son demasiado altos; quizás algunos acatarán las órdenes impartidas, pero un alto porcentaje podría cuestionarlas.
Los hemos hecho demasiado humanos.

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