jueves, 9 de junio de 2011

El primero en el cielo – Guillermo Vidal


La jornada comenzó temprano y se hizo tiempo para observar con detenimiento el cielo oscuro y la esfera achatada y misteriosa que los acompañaba allí arriba. Tanto se había acostumbrado a tener la tierra por encima de su cabeza que ya ni le prestaba atención. Desde Argentia el disco visible parecía pequeño pero era mucho mayor que su pequeño mundo y estaba cubierto de gruesas capas de nubes que impedían observar la superficie. Se decía, sin fundamento, que tal vez estuviera habitada o lo había estado (aunque algunos en una ocasión inusual en que se abrió un claro en la atmosfera de la tierra creyeron observar una extensa línea zigzagueante que no podía ser otra cosa que hecha por alguna criatura inteligente y no por la naturaleza), a excepción de las historias de ficción o en las películas o de unos pocos exaltados que aseguraban eran oriundos del vecino planeta. En las pinturas era imaginada con interminables mares de agua líquida besando la tierra cubierta de vegetación y todo tipo de animales, incluso nativos. Una obvia conjunción de deseos, de cómo nos gustaría que fuera nuestro pequeño mundo, vivir al aire libre, no estar arrancando el oxigeno y el agua de las rocas y liberarse de una vez por todas de la radiación que los enferma. Pero pronto se develaría el enigma, el primer satélite partiría de Argentia rumbo a la tierra para atravesar las pesadas cortinas de nubes para mostrarles el verdadero rostro de la superficie. No debería ser muy distinto que Marte, más amigable a la hora de ser observado a la distancia o quizá como Venus, también imposible de observar su interior.
Es cierto que buena parte del pasado todavía estaba por ser desenterrado pero apuntaba a las estrellas más que a la roca cercana; pedazos de lo que fuera un obelisco hecho de un tipo de piedra desconocido y un instrumento que se cerraba y abría como un fuelle produciendo unos sonidos melancólicos eran de las pocas cosas que les quedaban de los orígenes y por supuesto el juego donde cada ciudad cráter honraba la tradición y convertía en héroe a los campeones. El resto se había consumido con la nave que depositó en Argentia al grupo de niños sobrevivientes de la travesía, ya hace muchas generaciones. Por desgracia las maquinas que los protegieron y les enseñaron no eran las que guardaban las memorias del pasado.
¿Quién no desea conocer la respuesta a la pregunta acerca de dónde venían, si estaban solos o si la tierra guardaba la posibilidad de vivir menos hacinados que en las cavernas?, pero él no creía que el primer viajero pudiera responder a tantas preguntas, quizás a ninguna.
Era nada más que un satélite de observación que recogerá algunos datos, dará unos pocos pasos y quedara allí para siempre, pensó tratando de ajustar las expectativas a la realidad mientras un pensamiento se le cruzó por la mente, “Unos pequeño paso para nosotros, un gran paso para el futuro”, y trató de recordar donde lo había escuchado sin conseguirlo. Mientras se sentaba a observar la partida siguió inmerso en sus pensamientos, ¿y si encontraban seres inteligentes?, no tenían porque parecerse a ellos, tal vez tuvieran cuatro extremidades y dos ojos o se trasladasen caminando debido al exceso de gravedad, o que en los partidos en vez de flotar la pelota cayera a pocos metros, por imaginar cosas extrañas. Una intensa llamarada lo arrancó de sus disparates, el primer satélite abandonaba Argentia y la multitud desde el fondo del cráter despidió con un fuerte grito de admiración al Messi que subía orgulloso hacia el espacio; como si el éxito del vuelo dependiera de su aliento no dudó en unirse al coro.

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