jueves, 30 de junio de 2011

En el andén – Héctor Ranea


Para Mario Berardi, recuperado

El changarín estaba cansado. Otra vez lo habían atacado los vermes pari, una cepa indestructible de vampiros microscópicos. Me rezongaba
—¿Me dice usted para qué carajo los crearon?
—No se sabe, en realidad —traté de contestarle, pero antes de que terminara de pronunciar la última palabra, él a mí
—¡Las pelotas que no se sabe! ¡Lo dicen en todos lados! ¡Lo hicieron los del gobierno para sacarnos el hígado! —le salía espuma por la comisura de los labios—. ¡A mí me atacan al menos dos veces por trimestre! ¡Son peor que los de impuestos!
—Hay quienes aseguran que son extraterrestres. Por ejemplo —señalé— está el estudio del Doctor Bros del Instituto médico de Lomas…
—¡Pamplinas! Ya me estoy oliendo que a usted le gusta este gobierno. Ya lo olía medio nauseabundo.
—Perdón por mi olor —le dije— es por el ataque del varanus bubático, esa forma de…
—¡Ya lo sé! ¡Mi hija tiene de eso! El novio no logra acercársele, lo cual agradezco, pues está infectado con el bacitracio epiforúnculo y es más contagioso que la peste en camiseta… —Su voz se notaba un poco sombría.
—¿Hay alguna esperanza?
—¿Qué quiere que le diga? Si así quieren remediar la evasión impositiva…
—¿En serio que usted no cree en la hipótesis de que sean extraterrestres? ¿No le parece medio como demasiado que hayan armado todos estos nuevos microorganismos? ¿Le parece que no nos hubieran invadido los yankis, con todo lo que ahora tienen ellos de estas pestes, si hubieran sido los nuestros?
—¿En serio que a los yankis se les pegaron estos bichos?
—Ni que lo diga. Están en todos lados. Esos vampiros que lo atacan no tienen precedente en la historia de este planeta. Son alienígenas, seguro.
—Para mí los diseñaron con nanotecnología para hacer que los ingenuos como usted piensen que son extraterrestres.
—Insisto; ¿no le parece estúpido que el gobierno quiera que esté más débil y trabaje menos si quisieran que pague más?
—Estos vampiros cuando me dejan exangüe se van a los bancos y vomitan casi toda la sangre. Lo que quieren es nuestra sangre, ¿es posible que no lo vea? Usted es un tipo preparado, oiga. No puede ser tan ingenuo. Despierte.
Estornudé. El moco era absurdamente verde.
—¿Ve? Está fabricando dólares líquidos. Después va a un hospital y los agentes recaudadores le sacan moco y sangre y los transforman en dólares en el centro de inmunología genética que tienen en la Ceca.
—¡Carajo que está informado! Lástima que esté loco como un tomate. Sufre de alucinaciones por el ataque de esos murciélagos. Tome esta pastilla con un poco de agua buena —le acerqué un comprimido azul— y recobrará la razón.
—¡Agua buena! ¿De dónde viene usted? ¡Me parece que es usted el extraterrestre! ¿De dónde saca un habitante de esta puta ciudad un poco de agua que no esté enferma? ¿Me dice?
No había modo de convencerlo. Era uno de los más pertinaces que me había tocado entrevistar, pero eso me ponía muy feliz, a pesar de mi bubatiasis inducida por nuestros médicos. Con gente así, nuestra invasión sería un éxito en menos de un año más.

Sobre el autor: Héctor Ranea

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