sábado, 18 de junio de 2011

Guillermo Juárez, el paciente - Gilda Manso


—Quiero que su mejor médico esté a cargo de todo –le había dicho el hombre de confianza de Guillermo Juárez al director del hospital. La recaída había sido brusca, y el doctor personal de Guillermo Juárez estaba en otro país, demorado en un aeropuerto en huelga por tiempo indeterminado. Guillermo Juárez, entonces y de urgencia, fue internado en el hospital más cercano. El director del hospital tragó saliva y dijo que por supuesto, que contara con ello, que ya mismo se comunicaba con el mejor profesional de su establecimiento y lo ponía al frente del tratamiento de Guillermo Juárez. El doctor Lofredo y el doctor Fernández se presentaron en la oficina del director del hospital. El director les explicó que Guillermo Juárez exigía al mejor médico, y que ellos dos eran los mejores del equipo. El doctor Lofredo fue el primero en hablar.
—Juárez es uno de los mayores hijos de puta de la historia del país. Es uno de los peores torturadores y asesinos que tuvimos, y usted lo sabe. Yo sé que juré tratar de salvar a todos mis pacientes, pero si usted pone a Juárez en mis manos, no me esforzaré demasiado. No sé si me explico. Lofredo se explicaba, y el director lo entendía perfectamente. Fernández también habló. -Coincido con Lofredo, pero yo también juré tratar a todos mis pacientes por igual, juré intentar salvarlos a todos, sin importar lo que hagan o lo que sean, y lo voy a cumplir. El director del hospital asintió en silencio, con la mirada perdida en el suelo o vaya uno a saber dónde. Tenía que elegir a uno de sus dos mejores médicos, y sabía que de su elección dependía, tal vez, la vida ya débil del paciente Guillermo Juárez. El director del hospital, luego de pensar y pensar y sintiendo que hacía algo erróneo, eligió.

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