jueves, 30 de diciembre de 2010

Qué pasó en realidad (3) - Gilda Manso


Le decían “El flautista”; el apodo se debía a su arma, un escopetín delgado pero temible, que llevaba siempre consigo. Supo ser guerrero feroz, luchando para el bando que más le conviniese.
Ese día se presentó ante el gobernador.
-Me dijeron que tiene un problemita con unos inmigrantes. Puedo encargarme de ellos por una buena suma de dinero.
El gobernador no dudó; los inmigrantes eran como ratas, llegaban de otros países, se instalaban en baldíos y arrasaban con todo. Y la gente se quejaba. La gente no lo reelegiría a menos que lograra detener a esos bastardos despatriados. Entonces le prometió a El flautista una buena recompensa y dejó todo en sus manos.
El flautista fue baldío por baldío, escopetín en mano y munición de sobra. La masacre fue asquerosa. Luego se dirigió a la oficina del gobernador y reclamó su dinero. El gobernador quiso darle la mitad. El flautista no aceptó. El gobernador dijo que nunca habían hablado de un precio exacto, y que si sabía que pediría tanto, habría dicho que no. El flautista contestó que los inmigrantes ya estaban muertos o gravemente heridos. El gobernador le ordenó que saliera de su oficina de inmediato.
El flautista salió a la calle: si él no había dicho qué precio tenía su trabajo, el gobernador no había dicho a cuáles inmigrantes había que matar. Tampoco había dicho que debía indultar a los nativos (pero) descendientes de los viejos inmigrantes. El flautista recargó su escopetín y le disparó en la cabeza a cada persona que no tuviera rasgos aborígenes. Y lo hizo hasta que recordó que el abuelo del gobernador había sido polaco.
El flautista, entonces, guardó una bala.

Gilda Manso

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