sábado, 11 de diciembre de 2010

Premeditado – Gabriela Baade


Hoy voy a matar. No sé a quién pero voy a matar.
Me levanté con una sensación rara en el estómago. No podría decir náuseas, ni dolor. Tampoco hambre. Un hueco sombrío que me fue ganando.
Las cinco de la mañana, los ojos abiertos, la cabeza despejada. Decidí cocinar. Tal vez con ese acto de amor se me pasara.
Al prepar los ingredientes y encender el horno, pensé en cómo asesinar y no ser descubierta.
Alejé, mezclando la harina con la manteca, las novelas policiales del Séptimo Círculo que leía mi abuela.
—¡Galletitas! —gritaron mis hijos desde la cama. El olor dulce del azúcar, la vainilla y la ralladura de limón los había despertado.
—Vengan, mis amores, que les hice chocolate.
Los chicos desayunan mientras yo lavo los utensilios. La mesada de acero inoxidable brilla, un reflejo dorado me ciega un instante. Abro el cajón de los cubiertos y la cuchilla de carnicero de mi viejo se impone.
Salgo a correr como todas las mañanas. Hacia el este para que el sol me pegue directo en la cara. Oigo el silbato del tren que se aproxima a la estación. Apuro el paso. La sangre retumba en mis oídos. Logro sincronizar los latidos del corazón y los pasos sobre la calle. Un buen ejercicio aeróbico.
Justo cuando la locomotora golpea mi cráneo veo los cuerpos ensangrentados de mis dos hijos. Y la cuchilla que yo sostenía en mi mano.

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