martes, 28 de diciembre de 2010

Qué pasó en realidad (2) - Gilda Manso


La mujer de su padre notaba que ella, al crecer, se convertía en una chica hermosa. La mujer de su padre, por celos, perversidad, o vaya uno a saber qué, no podía tolerarlo; la sangre le hervía al ver a su hijastra linda, graciosa, querida (además, querida), inteligente, buena persona.
La mujer, entonces, decidió destruir la luz.
-¿Ves que no servís para nada? Quién te va a querer a vos. Fea, boluda y torpe, sos. Tu papá no te quiere, te tiene lástima. No, no me mires así, es la verdad. Ahora salís con que querés ser guardabosques. No me hagas reír, por favor. Guardabosques, con lo estúpida que sos. Lo más probable es que incendies medio bosque o mates a un venado. ¡O que te coma un jabalí! Aunque ahí nos harías un favor, a tu padre y a mí. Tomá este vestido, levantale el dobladillo, que es para lo único que servís.
Uno puede pensar que la chica era estúpida en serio; que uno, en su lugar, le pondría los puntos a esa hija de puta, pero la cosa era así día tras día, año tras año, hasta que la autoestima de la chica llegó a valer nada. O casi nada, porque en vez de suicidarse, la chica –o su inconsciente, sabio inconsciente- optó por aislar la mente. La madrastra la trataba mal, y la chica parecía no escucharla. Parecía de verdad tonta, o parecía dormida. Con los ojos abiertos, pero dormida. Allá, muy adentro, dormida.
Pasó el tiempo, como siempre. La chica se volvía cada vez más bella, cada vez más encerrada, cada vez más durmiente. Lo único que hacía era coser; la madrastra le traía trabajo y cobraba la plata que le correspondía a la chica.
-¿Para qué querés plata, si no sabés ni salir a la calle? Salís de casa y te perdés, seguro.
Un día (siempre hay un día) ella sintió dolor. Se clavó una aguja y le dolió. Un dolor mínimo para la mayoría, pero ella, tengamos en cuenta, estaba dormida. Y el dolor a veces no es sólo dolor; el dolor a veces es como un despertador que suena a las seis de la mañana, o como una señal de que hay algo fuera de lugar. Y mientras ella se chupaba el dedo, recordó –como un cross a la mandíbula- a su mamá hablándole; ella era muy chiquita, y su mamá le decía qué linda nena sos, qué inteligente; te amamos, Aurora. Y las palabras del recuerdo se insertaron en ella como si fueran bendiciones de hada madrina, y entonces sintió terror, porque se vio despierta. Luego vino la certeza de que necesitaba ayuda, pero que nadie vendría a rescatarla; en primer lugar, porque casi nadie sabía de su existencia, y en segundo lugar, porque ella no estaba cautiva.
Y pensó que no sabía si podría ser, algún día, guardabosques; de verdad no sabía cómo se cuida un bosque. También pensó que así nunca iba a saberlo, porque esa casa no era un bosque.
Entonces, como primera acción de su flamante vigilia, salió a la calle.

Ilustración: "Textura sin querer" de Saurio (en formato modificado)

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