viernes, 31 de diciembre de 2010

El coleccionista - Nana Rodríguez Romero


Desde el día en que le dijeron que andaba desorientado por la vida, se dedicó a coleccionar brújulas. Las tenía de las más diversas épocas, formas, colores y metales.
El diseño de su casa era una gran brújula en cuyo norte se encontraba su habitación atestada de estos aparatos. La decoración de las escaleras, las habitaciones, los corredores y las puertas la constituía un sinnúmero de flechas negras. En la cocina había una muy grande que le indicaba la despensa y la nevera para que no muriera de hambre. En el cuarto de baño había otra que le indicaba la puerta de salida al mundo real, para que no se perdiera en la ensoñación de las necesidades fisiológicas.
Tenía brujulitas en forma de relojes, pulseras, anillos, pisacorbatas y hasta en sus ojos se hizo colocar un par para corregirse la miopía. Llevaba un gran maletín lleno de esos curiosos aparatos que le indicaban los autobuses, las calles, los edificios, las oficinas, los cines, los restaurantes y hasta los amigos y enemigos que tenía a su alrededor.
Su libro de cabecera era un diccionario manual de orientación; antes de dormir tomaba unas pastillitas que no le dejarían perderse por ese mundo de los sueños.
Cierto día alguien que conocía su afición, le llevó una mujer encerrada en una vitrina redonda. El hombre no supo qué hacer, pues la aguja hecha mujer permanecía siempre en posición horizontal y le causaba una gran desorientación cada vez que pasaba por su lado. Entonces tenía que ir a consultar a todas las otras brújulas para que le mostraran el camino correcto y de esa forma no desviarse hacia el abismo.
Fue así como la mujer decidió romper con su posición horizontal y de un solo movimiento se irguió y saltó del cascarón de vidrio. Como tenía tanto magnetismo, neutralizó a las otras brújulas que ya no supieron decirle nada al pobre hombre, el cual sintiéndose tan confundido, agarró a la mujer por la cintura y siguió una flecha de emergencia que los condujo hacia el fondo de un abismo, o del cielo, que para el caso daba lo mismo.
Desde ese entonces, las brújulas del coleccionista enloquecieron de la felicidad.


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